Arles, Francia
Arles, Francia

CHÈRE KARLA:

Dicen bien las personas que viajan por el mundo, que el conocer a otras culturas, el saber el idioma en que se comunican, el ver sus museos y las obras arquitectónicas que embellecen sus ciudades, sus museos que albergan a los grandes creadores de la pintura, de la escultura, el escuchar a sus músicos, y también, mención aparte, deleitarse con su gastronomía, ver los suculentos platillos que son elaborados con los productos naturales de cada región visitada. Y también será motivo grande participar en las celebraciones que tienen lugar en determinadas fechas, eso es vivir bien, comer bien, viajar bien. Bueno y va. Resulta que yo estaba en Arles, antigua ciudad situada en el sur de Francia. Nos habíamos citado, mi amiga inglesa Elizabeth y yo en esa ciudad. Lo hicimos porque queríamos celebrar a lo grande el día del amor, el día de la amistad. Sí, lo hicimos porque queríamos ver, andar por los lugares en los que Van Gogh deambuló, caminar por las calles que él pintó con su maestría y con toda su angustia existencial reflejada en su espléndida obra. Sí, Karla, en esta ciudad de Arles, van Gogh pintó más de 900 cuadros y dibujó cientos de papeles. Él llegó huyendo del ruido de París en 1888, quería estar en comunión con la naturaleza y con la especial luz de la Camargue, sí, le habían fascinado los paisajes provenzales y sus pinturas de esa época dan fe de ello. El recorrer las calles, el admirar la luz que admiró van Gogh, el sentir que él había pisado donde nosotros, hoy, Elizabeth y yo estábamos pisando, nos produjo un singular encanto. Karla, no me preguntes nada sobre Elizabeth, callada como buena inglesa, y con voz que me conmociona el alma, del cuerpo que envuelve a su alma nada te digo, mejor te platico que los días y las noches que en Arles pasamos fueron iluminadas por los soles de van Gogh, fueron noches en las que la luna cobijó nuestras almas y los besos y las caricias fueron hechas en honor al sitio que el pintor admiró profundamente, pues sí, profundamente es la emoción y el cariño que me une a Elizabeth.

Esta celebración del amor y la amistad tendrían su coronación aquí, en Arles. Qué maravilla es celebrar este tan selecto día del amor.  Pero la otra maravilla que la vida nos ofrece y de esta región francesa es su comida. Una especialidad poco conocida en México es la SOPA DE TORO. Elizabeth y yo habíamos caminado mucho y al hambre nos hizo guiños burlones. Nos metimos a un pequeño restaurante de las orillas de esta pacífica ciudad, lo hicimos porque ofrecía este platillo. Nos sentamos, pedimos un Languedoc Rousillon, tinto de mucho cuerpo (te iba a decir Karla, que como el cuerpo de Elizabeth, pero no, no lo hago). Brindamos por la amistad inglesa-mexica. Brindamos por que el Amor y la Amistad reinen en la tierra. Y ¡zas! Que a nuestra mesa, que miraba a los campos dibujados por van Gogh, llegó la SOPA DE TORO. Te la voy a describir, Karla, para que en México algún día la hagas en tu casa: carne de toro (estos toros son alimentados y cuidados con un gran esmero en esta región, andan sueltos por el campo y son tratados, se puede decir, con cariño campesino), vino tinto, cáscara de naranja, tomillo, laurel, salvia, aceite de oliva, ajo, cebollas, clavo, vinagre, sal, pimienta, harina. Aquél platillo lo comimos con la lentitud que la tierra se mueve, sí, lo saboreamos al infinito. Esa carne de toro tiene un sabor especial, imposible de describirla, lo mejor es degustarla, comerla. Y sabe mejor, mucho mejor si se tiene a una Elizabeth al lado, que con su sonrisa todo lo embellece. Claro, si una mujerArles, Francia insumisa come este platillo, le sabrá mejor, como a mí me sucede, si a su lado tiene a un hombre que la quiera, que la ame y que ame el rito de la comida y que le encanten las celebraciones . El vino tinto fue el acompañante ideal. Luego el postre fue servido: melón con Pineau de Charentes (vino rosado), hojas de menta; sí, sencillo, como sencillo es el besar a una mujer. En cada mitad del melón, que ha sido bañado con el Charentes, se ponen unos cuadritos de hielo que se coronan con unas hojas de menta. Luego de aquel rito delicioso, el   café expreso, nos hacía guiños para que fuera a embelezar nuestras bocas.

O sea, Karla, días completos: ver lo que el gran van Gogh admiró, caminar por las antiguas calles de la ciudad, saludar a su gente, sonreír, abrazar a Elizabeth, y comer lo que los chefs de Arles nos tienen preparado para el deleite que es lo que hay en la cocina de aquí y del mundo. De sobra está decir que celebramos el día del Amor y la Amistad como se debe celebrar: con mucho amor. Vale.

Carlos Bracho

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