Chère Karla:
Se acaba el año. Se terminan los goces y quizá también algunos pesares, pero quedan en el recuerdo las cosas bellas que durante los meses pasados se han tenido.
Todas aquellas mujeres que aman la gastronomía tuvieron tiempo de viajar y de ver lo que en otras tierras se elabora, se prepara y se consume. Y precisamente, a principios del mes de diciembre, me encontraba en la CDMX en mi departamento de la calle de Bucareli, preparando una exposición fotográfica con dos amigas que a este maravilloso quehacer se dedican: el arte de la cámara y la gastronomía. Unos mezcales (servidos en unos jarritos de barro) de mi amigo Mijail, un “embajador” de agave cuiche adornaban la charla y “salpicaba” muy bien nuestros planes -Por cierto, compré cuatro botellas, entonces, chère Karla, cuando nos veamos te regalaré una y verás cómo vale la pena saborearlo-. Una de ellas, Norma, -quizá movida por el rico calor que el mezcal produce- dijo que basta de hablar de negativos, de reveladores y de telefotos.
-Sí, tienes razón, ya tenemos el tema que vamos a desarrollar, así que basta -se sumó Claudia a la protesta- ahora, para estar de acuerdo a los tiempos que corren, pensemos en cuando estemos reunidos con nuestras familias en la cena de Navidad o en la de Año Nuevo.
-¡Bravo! -gritamos al unísono Norma y yo- A ver, Claudia, sigue, ¿qué vas preparar para estas festividades? -Mientras lo pienso, que Norma nos ilustre.
Norma tomó el guante y soltó este festín: -Para empezar, quiero decirles que yo soy muy tradicional, así que en casa tendremos para Año Nuevo: pavo al vino blanco (pavo, mantequilla, sal, pimienta y vino blanco). Para el relleno: cebollas, almendras, carne de res molida, tomillo, perejil, carne de cerdo molida, brandy, crema, huevos, vinagre y nuez.
-¡Bien! -comentamos Claudia y yo-.
-Y aprovechando, yo, su amigo Charlie, como ustedes me dicen, voy a meter mi cuchara -comenté con el rostro lleno de júbilo gastronómico-, nosotros prepararemos Romeritos para la cena de Navidad. Tomen nota: -les dije a mis amigas- romeritos, pan molido, camarón (casi en polvo), aceite, mole, caldo de pollo, papas, huevos, sal. Y una ensalada que lleva manzanas amarillas, nuez, uva pasa, crema, leche condensada, y piña en almíbar. ¡Tan, tan! Delicioso, ¿no? -Mis dos amigas me abrazaron para felicitarme-.
-Y bueno, Claudia, ¿ya pensaste en tus platillos?
-Sí -respondió-, va. Mi abuela prepara un bacalao que cuando lo comemos hasta nos chupamos los dedos: bacalao, cebollas, aceite de oliva, sal, pimienta, jitomate, chiles güeros, papa cambray. Y para tomar, yo, “Claudia, la única”, voy a preparar un ponche que siempre que lo hago recibo abrazos y besos: guayabas, cañas, tejocotes, agua, manzanas, ciruelas pasa, canela, algo de piloncillo y ron al gusto.
Al servir la otra copita de mezcal, surgió el comentario siguiente: -Con las recetas que aquí hemos expuesto, sabemos que nuestra común amiga y editora sagaz, Karla, nos puede criticar, puesto que no estamos descubriendo ningún platillo excepcional, que las fórmulas son las comunes en Año Nuevo y Navidad, pero -en descargo nuestro- argumentamos que, como también dice mi abuelita: “en gustos se rompen géneros”, y lo importante de estas comidas de celebraciones no es el descubrir nuevos platillos, sino que los ya tradicionales hacerlos con amor, con cariño, y poner todo nuestro saber culinario para quitarle y ponerle o agregarle un ingrediente para darle nuestro sabor, nuestra firma.
Como los tres, Norma, Claudia y yo, no nos podríamos ver hasta entrado el mes de enero del 2019, nos dimos un abrazo rico, caliente y sabroso, como los platillos que adornarán nuestras mesas la Noche Vieja para recibir el Año Nuevo. Y eso, chère Karla, queda como un comentario: más vale tener familia para festejar, claro, la cena es solo un complemento valioso, pero importa más el abrazo de la esposa, del marido, de la nieta, de los hijos o de la abuela, ¿no?
Vale. ¡Feliz año!
Carlos Bracho
