Johnnie Walker Green Label
Johnnie Walker Green Label

Hace años visité Isle of Man; una pequeña ínsula templada-fría dependiente de la corona británica con suficiente humedad como para mantener a la vegetación cubriendo todo. Nos escapamos de la civilización por recomendación de los lugareños para adentrarnos en su naturaleza y sorprendernos con hermosos riachuelos y pequeñas cascadas contenidas por rocas musgosas -incluso las ramas caídas, los tocones y los árboles no podían evadir su aterciopelada infestación- culminamos en Dhoon Beach aquella tarde; la marea descubría los vestigios del armazón de un naufragio mientras los vientos mantenían despejados los cielos depositando en mi rostro la fría brisa perfumada por el mar de Irlanda, la sal, el verdor…

Aquella noche un tanto cálida, en las comodidades del restaurante Padella, me recibieron con Johnnie Walker Green Label apenas potencializado por unas gotas de agua helada; de inmediato, fui sorprendido por el pasado y me encontraba en aquella isla inglesa; me evocaba los guijarros, el viento; la brisa y el mar de las playas de Ayre que también visité ¡había vuelto! y el tiempo me permitía recorrer, bohemio y embelesado con el cedro, el chocolate amargo, la nuez de castilla, las especias y la miel de mi copa y el recuerdo, los hermosos detalles déco y la exquisita ambientación del lugar. Era una noche que prometía, la etiqueta verde de Johnnie Walker regresaba a nuestro país; había un menú y maridaje para redescubrir las maltas que lo conforman. El jazz era perfecto hasta que cortó Ennio Morricone con el tema principal de Cinema Paradiso; no podía mas, eran muchos sentimientos y emociones arremolinándose en mi interior. Por fortuna, el toque escandinavo del gravlax de trucha con un toque de queso crema me regresó al planeta ¡y de que forma! empataba perfecto con las notas marinas, el cremor y el eneldo del momento.

La espera terminó, el chef Diego Isunza y el mixólogo Rodrigo Martínez nos acompañaron a la mesa para presentarnos un menú que descifraría los cuatro esquemas de notas que conforman este blended malt:

Ligereza

Iniciamos con la nobleza de un salmorejo; rico, honesto; contrastando con un coctel a base de frutos rojos, hierbabuena y ginger ale. Un whiskey debe tener un suministro impecable de agua libre de metales, de lo contrario aparecerían en el paladar al degustar un escocés.

Riqueza

Emerger de tierras rodeadas de agua tiene que tener un sello único y el fritto misto daba brillo a esta característica. Tenía calamares y camarones rebozados acompañados de una mayonesa de tinta de calamar y un toque de limón eureka; el maridaje, intrépido, tropical; pero, sin duda alguna contrastó perfecto con la salinidad y las algas del plato; contenía apio, pepino, maracuyá y una crusta de sal ahumada y chile.

Ahumado

El puré de berenjena quemada en una clásica tarte flambeé alsaciana fue heraldo de las notas ahumadas que relucen en el proceso de un whisky. Habían contrastes en la mesa; parmesano y arúgula por un lado y guayaba con piña en otro extremo, pero nunca desafinaron al resaltar la estrella de la noche.

Complejidad

Cragganmore, la última malta que explota notas tostadas y frutos secos como nuez, avellana y almendra cerraba el momento salado acompañado de unos gnocchis con estofado de cola de res, salpicado con anís estrella.

Guardaron el desenlace para el postre. Plátanos flamblée que reunía las principales notas aromáticas dulces y cálidas de este delicioso escocés: chocolate, caramelo, vainilla y especias, hermosa forma de concluir la mesa.

Una noche que descifrabas en braille al aire y que me hizo viajar en el tiempo, en recuerdos, en personas y películas al resguardo de la intimidad de este bello restaurante al que por supuesto les recomiendo visitar. Brindo por los futuros encuentros que sé, Johnnie Walker Green Label, les evocará, solo déjense arropar por sus sentidos.

Texto y fotografía: Francisco García

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