Spain, Seville. Spain Square, a landmark example of the Renaissance Revival style in Spanish architecture

Chère Karla:
Qué rápido vuelan los días, qué velocidad imprime Cronos a su marcha interminable. Sí, ya se fue el frío, ahora el calor de estos meses lo tenemos encima de nosotros. El sol parece estar enojado con los destrozos que le causamos a la madre natura. Y claro que nos merecemos esta especie de castigo ancestral, pues desde el Homo sapiens, hasta hoy, talamos los montes, tiramos el agua, provocamos incendios forestales, usamos gasolinas, diesel, aceites y demás menjurjes automotrices y además contaminamos casi todo lo que tocamos. Pero, bueno, como arriba digo, el calor nos obliga a hacer varias cosas, una que es la mejor para mí, es en la vestimenta; sí, por ejemplo, y sin necesidad de ir a la playa, las mujeres acortan las medidas del largo y por ende mis ojos bailan dichosos cuando las veo caminar tan orondas, tan campantes y tan libres, que para mí, para mi deleite, me dejan admirar sus piernas, sus brazos, sus hombros y… ya, no sigo, con eso me basta para quererlas y admirarlas más.

Eso por un lado, por el otro es el tiempo de las bebidas refrescantes y de comidas ligeras y frías. Y viene al caso la aventura que pasé en Sevilla con Carmela. El sol también estaba a pleno. Carmela lucía una ligera falda de algodón, Karla, no voy a decirte todo lo que mi muy querida amiga mostraba al mundo. Pero que yo gravitaba, yo danzaba contento ante su belleza moruna. Pero llegamos a su departamento, que mira al río. En la terraza sentíamos con placer el viento que nos refrescaba. Total, Carmela puso en la mesa una botella de Jerez que nos decía que brindáramos, que empezara ya la fiesta del buen comer. Ah, debo que mi amiga es andaluza de pura cepa, cantaora de las buenas. Por lo tanto ella, me dijo, -“Esto, mexicanito mío, es lo que mi abuela me ha enseñao”, Va: Y Carmela me hizo subir al cielo al servir un gazpacho que, bueno, te digo Karla, yo ponía los Gazpacho tomato  soupojos en blanco a cada cucharada –y claro, eso le caía bien a mi andaluza y más se acercaba a mí- Pero ella la preparó con: jitomates maduros, pepinos, pimientos verdes, pan (de migas) ajo, aceite de oliva y vino blanco y sal. El Jerez nos ayudó a gozarlo… Cuando terminamos esa delicia Carmela ya había puesto un remojón de San Marcos: pimientos asados, cebolla, jitomate, naranja agria, huevos duros, aceitunas negras, vinagre, atún, aceite de oliva, sal. A cada bocado yo me sentía estar arriba de La Giralda y desde allí, en Sevilla, ver el lento transcurrir del Guadalquivir; y seguíamos con el Jerez. Yo sentía que Carmela, como buena cantaora, todo me lo decía, los ingredientes, el vino, las recetas, cantando por “alegrías”. Claro, yo le correspondía enviándole besos y diciéndole que yo daba mi reino por ella. Ella estaba contenta con mi mirada de pordiosero que la cubría toda. Y la muy coqueta, decía, “hay qué caló, qué caló…” y descubría más su hombro. Yo la seguía, y le decía más recio: “ Sí, gitanita mía, sí, hace mucho, mucho caló”. Y más Jerez, gran bebida que liga con todo. Y el colmo llegó a la mesa: “Fritura Malagueña”, boquerones, chanquetes (pez de la bahía de Málaga, pequeño de unos 4 cms.) salmonetitos, calamares, chopitos, sal, aceite de oliva, limón, harina. Este plato bailaba flamenco. No tuve más remedio que levantarme de mi silla, y corrí a abrazar y besar a Carmela, se merecía eso y más, claro. Pero el Jerez seguía acompañándonos, seguía maridando aquél banquete andaluz. Y luego ante mis ojos estaba el postre, y qué postre: “compota de higos secos”, y va la receta que la abuela de la abuela de Carmela le había heredado: higos secos, vino tinto, vainilla, almendras picadas y tostadas, y lo sirvió bien, bien frío. Terminamos con un café espresso. Y como quien no quiere la cosa, lo que quedaba todavía del Jerez, ella y yo, en el colmo de la dicha, lo apuramos, la botella quedó vacía. Pero nuestros corazones llenos de vida, llenos de aquellos manjares andaluces. Luego Carmela, cantó y su voz llenó las calles de Sevilla, llenó su canto la Torre de Oro y le dio una vuelta al barrio de la Santa Cruz. Caí ya el sol.

wine tree and hamMe acerqué al oído de mi Carmela y algo le dije… ella sonrió picadamente y dijo que sí… que porqué no… Que eso sería un final feliz, un final digno de los Omeyas, y de los sultanes, un final como el salir en hombros de la plaza ante la faena cumbre, un final que nos acercaría más a las aguas del Guadalquivir, un final que envidiarían los católicos y los musulmanes, un final como lo cantaba Manolo Caracol, un final como lo decía Chopin, como lo cantaría la Niña de los Peines… Un final, final dicho, cantado a lo grande por la Nati Mistral… Eso pasó, Karla… de verdad. Claro, ese final lo llevo aquí, aunque pasen los días, y los meses y los años, metido en el alma… Chao.

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