
En México nos encanta la comida libanesa, y es que hay algo en esos perfiles aromáticos que da el zatar y en los postres especiados como el baklava. Pero en realidad la cocina libanesa es mucho más que kepes, hojas de parra y tabule, aunque aquí realmente no lo conocemos.
De Líbano para el mundo
Al igual que sucede con la cocina mexicana, que más allá de lo que se comercializa en el extranjero también tiene su propia cocina callejera que rara vez trasciende nuestras fronteras, en la cultura libanesa ocurre algo similar: hay mucho más de lo que se ofrece en los clásicos restaurantes de mantel largo. La cocina libanesa cotidiana —la de barrio, la de panadería, la de la tiendita de la esquina— es un universo aparte, lleno de matices, texturas y preparaciones que hablan de identidad y tradición.

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En las calles de Líbano y sus alrededores existe una infinidad de platillos locales que, en lugar de responder al antojo del turista, satisfacen el del habitante común; y siendo honestos, casi siempre es más rico lo que come alguien local que lo que come el extranjero. Piensa en esos restaurantes de comida oriental donde ver a comensales de la comunidad original inspira más confianza que cualquier decoración temática. Esa lógica aplica igual con la cocina libanesa: lo verdaderamente auténtico suele estar en los pequeños lugares de paso.
Pero ¿qué comen en las calles de Líbano?
Manushes y algo más
La gastronomía libanesa es una de las más populares del mundo, y por eso no es de extrañar que, así como los tacos se colaron en las cocinas de buena parte del planeta, algunos de sus platos callejeros también se hayan convertido en símbolos nacionales, como el falafel o el shawarma —este último, aunque no es tan popular en México, es el antecesor directo de nuestros queridos tacos al pastor—.
Sin embargo, si viajas a Líbano notarás que en sus calles hay otro alimento que se consume con enorme frecuencia y que no es muy sonado en nuestro país: los manushes. Se trata de una especie de “pizza” preparada en pan pita, untada tradicionalmente con zatar, y cubierta con ingredientes locales como cordero, berenjena, tomate fresco, jocoque, sumac o queso akkawi. Es un clásico del desayuno, un comodín del mediodía y un antojo nocturno que siempre está al alcance de la mano. Su encanto radica en que es tan simple como accesible, tan rápido como reconfortante.

Y sí, probablemente con lo que conocemos es más que suficiente para deleitar el paladar, pero la ventaja de los manushes que los vuelve algo digno de considerar es su versatilidad y su practicidad para comerlos: se doblan, se caminan, se comparten y se personalizan. Cada barrio, e incluso cada puesto, tiene su propia versión.
La propuesta de Manú
Esto es precisamente lo que busca rescatar Manú, un restaurante que toma inspiración de la comida callejera libanesa y la traduce a un contexto mexicano sin perder su esencia. Aquí los manushes no son una curiosidad, sino el eje central del menú: masas frescas, panes horneados al momento, especias traídas de productores pequeños y combinaciones que honran la tradición sin miedo a reinterpretarla. La intención es sencilla: que el comensal descubra ese otro Líbano, el que huele a horno de piedra y a zatar recién molido, el que se come con las manos y se disfruta sin prisa. Porque la cocina callejera, libanesa o mexicana, siempre ha sido eso: un puente directo entre cultura, sabor y cotidianidad.

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Además, aunque la especialidad de la casa son los manushes, vale la pena probar todo su menú, como las aceitunas kalamata -las mejores que he probado hasta el momento-, el hummus, el baba ganouche y, por supuesto, los postres, que son más que la forma perfecta de cerrar, son un deleite sensorial en todos los sentidos.
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