Donde el silencio abraza el alma

Melanie Beard
Melanie Beard
Melanie comenzó su carrera como periodista a la temprana edad de 12 años, compartiendo sus experiencias viajando por el mundo en una columna mensual en el periódico nacional El Universal. Es cofundadora de Marcas de Lujo Asociadas, una comunidad que integra las marcas de lujo del país.

Hay rincones donde el alma se quita los zapatos y camina descalza, donde el tiempo no pesa y el aire tiene el sabor de lo eterno. Así es el Hilton Queenstown, un refugio de elegancia serena, abrazado por el lago Wakatipu y resguardado por montañas que parecen esculpidas en un sueño.

Llegar es como deslizarse a otra dimensión. El agua, siempre cerca, es espejo de lo invisible. Cada detalle del hotel parece pensado para el descanso de los sentidos: maderas cálidas, piedras que respiran, ventanales que no enmarcan el paisaje, lo invitan a entrar. Es un lujo que escucha, que cobija.

Mis días comenzaban con la fragancia del café recién hecho y el murmullo de las olas bajo el Wakatipu Grill. Allí, donde los sabores de Otago encuentran su forma más elevada, descubrí platos que parecían contar historias. El pan aún tibio, las frutas como si acabaran de ser recogidas, el cordero local que hablaba de praderas lejanas, y los vinos locales que sabían a tierra noble y cielo abierto.

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Las tardes eran para la pausa. Para flotar en el spa Eforea, donde los tratamientos nacen del océano y las manos expertas son como poesía sobre la piel. Allí me perdí entre aromas de sal marina y aceites esenciales, con la vista posada en un lago que parecía latir al compás de mi respiración. Fue en ese espacio sin tiempo donde entendí que el bienestar no es un estado, es un arte.

También hubo risas y historias bajo el cielo estrellado, en el Pinot Pit. El fuego crepitaba con esa cadencia hipnótica que tiene la leña cuando arde por gusto, no por necesidad. El vino en la mano, la mirada en el horizonte, y la certeza de que en ese instante no faltaba nada. Las conversaciones fluían como el río de un recuerdo cálido, y el frío de la montaña se volvía pretexto para acercarnos más.

En el corazón del resort, Stacks Pub era otra sorpresa: informal, alegre, lleno de vida. El lugar ideal para probar una cerveza artesanal y entender por qué en Nueva Zelanda el sabor también se encuentra en lo simple. Las mesas compartidas, los niños corriendo libres, el aire fresco que entraba sin pedir permiso… todo hablaba de una autenticidad difícil de encontrar en otros destinos.

Además del confort, lo que me conmovió fue la conciencia que habita cada gesto aquí. La sostenibilidad no es un discurso, es una práctica viva. Desde la eliminación de plásticos hasta el compromiso con la reforestación del entorno, el Hilton Queenstown se alía con la naturaleza; cada lámpara eficiente, cada producto local elegido con cuidado, cada paso dado hacia la comunidad local es una ofrenda silenciosa a la tierra que los acoge.

Queenstown es un susurro entre montañas, un rincón del mundo donde la aventura y la contemplación bailan al mismo ritmo. Conocida como la capital neozelandesa de las emociones fuertes, esta pequeña ciudad también guarda una ternura inesperada: calles que invitan a caminar sin prisa, galerías que laten con arte local, viñedos que nacen entre cumbres nevadas y un lago —el Wakatipu— que parece contener todos los secretos del sur. Es un lugar donde cada amanecer promete descubrimiento y cada atardecer deja una nostalgia dulce, como si el paisaje mismo supiera que uno nunca está del todo listo para irse.

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