Llegué cuando el sol comenzaba a dorar los bordes de las olas, y una brisa cálida, cómplice del destino, me dio la bienvenida. Ahí, el mar sonaba como una promesa antigua y el diseño del hotel W Punta de Mita, con su estética audaz y sus guiños a la cosmogonía huichol, me hizo pensar que este no era un lugar para dormir… sino para despertar.

Desde mi terraza privada, la jungla cantaba en estéreos verdes, y a lo lejos, el océano Pacificaba mis pensamientos. Cada rincón de mi habitación era un poema moderno: la cama W se volvió una nube rebelde, la ducha un ritual. Los productos Davines en el baño parecían fragancias heredadas del edén; cada instante una caricia tropical con perfume de bugambilia.
Uno de los detalles más entrañables de este refugio frente al mar es su amor por los animales. W Punta de Mita es pet friendly con el alma, mi compañera de cuatro patas fue recibida con su propia cama, tazones y hasta un menú especial. Paseamos juntas por senderos que huelen a coco, nos tendimos bajo palmeras que aplauden al viento, y en cada rincón sentimos que aquí, la vida —toda vida— es bienvenida.

El ritmo del hotel es el de una samba perezosa al atardecer: seductor, envolvente, elegante. Me dejé llevar por ese ritmo, y cada día era una danza distinta. En Venazú, las mañanas sabían a chilaquiles bañados de sol y café con acento mexicano, mientras el mar me guiñaba el ojo desde el otro lado del ventanal. Al caer la tarde, Chevychería me regalaba ceviches con alma y cervezas heladas servidas desde un Chevrolet antiguo que parecía sacado de un sueño vintage. Había sabor, historia y rebeldía en cada bocado.
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Una noche de cielo aterciopelado y brisa marina me llevó de vuelta a Venazú, pero esta vez con una promesa distinta: una cena maridaje guiada por los matices del tequila. Cada platillo era un paso en un camino sutil y embriagante, donde el agave cobraba vida a través de notas dulces, herbales, cítricas. Los tiempos llegaban con precisión de ceremonia, y cada sorbo me revelaba secretos del alma mexicana. Era una conversación íntima entre fuego, tierra y paladar. El chef y el experto tequilero crearon una historia líquida narrada plato a plato.

Una noche me dejé tentar por el misterio rojo de Spice Market. Aromas lejanos, texturas nuevas, especias que danzan en la lengua y una luz tenue que hacía del lugar un refugio de secretos y suspiros. Fue como viajar sin maleta, como recordar algo que nunca viví, donde los sabores se elevaban al nivel de la conversación y la cocina es un acto de alquimia.

Durante el día, me perdía entre senderos que olían a mango y sal, o me fundía en el WET Deck, donde el agua era un espejo del cielo azul. En esos momentos, con un cóctel en la mano y los pies rozando la piscina infinita, me sentí completamente presente.
Pasé horas de placer infinito en el Away Spa… imagina entrar a un santuario escondido entre raíces antiguas, donde el tiempo se adormece y la mente se entrega. La entrada, como una gruta sagrada, te envuelve en penumbra y frescura, mientras un higuero majestuoso extiende sus brazos por encima, abrazando el espacio con su sabiduría vegetal. Entre el murmullo del agua nacida de un manantial y la presencia vibrante del “Ojo de Dios” huichol, cada tratamiento se convierte en un acto de conexión profunda.

W Punta de Mita es una sinfonía, una obra que mezcla tradición y vanguardia, donde lo ancestral se da la mano con lo cosmopolita, y donde el alma mexicana se muestra en su forma más pura, más vibrante. Aquí, cada detalle tiene intención, cada espacio cuenta una historia y cada sabor despierta algo dormido.
Punta de Mita, este rincón dorado al norte de Bahía de Banderas, es un secreto que el Pacífico guarda con elegancia. A diferencia del bullicio encantador de Puerto Vallarta, aquí el tiempo se mueve con la lentitud sabia de las olas. Las playas se extienden como suspiros y los atardeceres se deslizan por el cielo como óleo líquido. Entre pescadores que aún lanzan sus redes al amanecer y boutiques escondidas que huelen a mezcal y lino, este lugar mezcla la autenticidad de un México profundo con el refinamiento sereno de un paraíso discreto.
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