Alma Huichol entre la selva y el mar

Melanie Beard
Melanie Beard
Melanie comenzó su carrera como periodista a la temprana edad de 12 años, compartiendo sus experiencias viajando por el mundo en una columna mensual en el periódico nacional El Universal. Es cofundadora de Marcas de Lujo Asociadas, una comunidad que integra las marcas de lujo del país.

Llegué cuando el sol comenzaba a dorar los bordes de las olas, y una brisa cálida, cómplice del destino, me dio la bienvenida. Ahí, el mar sonaba como una promesa antigua y el diseño del hotel W Punta de Mita, con su estética audaz y sus guiños a la cosmogonía huichol, me hizo pensar que este no era un lugar para dormir… sino para despertar.

Desde mi terraza privada, la jungla cantaba en estéreos verdes, y a lo lejos, el océano Pacificaba mis pensamientos. Cada rincón de mi habitación era un poema moderno: la cama W se volvió una nube rebelde, la ducha un ritual. Los productos Davines en el baño parecían fragancias heredadas del edén; cada instante una caricia tropical con perfume de bugambilia.

Uno de los detalles más entrañables de este refugio frente al mar es su amor por los animales. W Punta de Mita es pet friendly con el alma, mi compañera de cuatro patas fue recibida con su propia cama, tazones y hasta un menú especial. Paseamos juntas por senderos que huelen a coco, nos tendimos bajo palmeras que aplauden al viento, y en cada rincón sentimos que aquí, la vida —toda vida— es bienvenida.

El ritmo del hotel es el de una samba perezosa al atardecer: seductor, envolvente, elegante. Me dejé llevar por ese ritmo, y cada día era una danza distinta. En Venazú, las mañanas sabían a chilaquiles bañados de sol y café con acento mexicano, mientras el mar me guiñaba el ojo desde el otro lado del ventanal. Al caer la tarde, Chevychería me regalaba ceviches con alma y cervezas heladas servidas desde un Chevrolet antiguo que parecía sacado de un sueño vintage. Había sabor, historia y rebeldía en cada bocado.

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Una noche de cielo aterciopelado y brisa marina me llevó de vuelta a Venazú, pero esta vez con una promesa distinta: una cena maridaje guiada por los matices del tequila. Cada platillo era un paso en un camino sutil y embriagante, donde el agave cobraba vida a través de notas dulces, herbales, cítricas. Los tiempos llegaban con precisión de ceremonia, y cada sorbo me revelaba secretos del alma mexicana. Era una conversación íntima entre fuego, tierra y paladar. El chef y el experto tequilero crearon una historia líquida narrada plato a plato.

Una noche me dejé tentar por el misterio rojo de Spice Market. Aromas lejanos, texturas nuevas, especias que danzan en la lengua y una luz tenue que hacía del lugar un refugio de secretos y suspiros. Fue como viajar sin maleta, como recordar algo que nunca viví, donde los sabores se elevaban al nivel de la conversación y la cocina es un acto de alquimia.

Durante el día, me perdía entre senderos que olían a mango y sal, o me fundía en el WET Deck, donde el agua era un espejo del cielo azul. En esos momentos, con un cóctel en la mano y los pies rozando la piscina infinita, me sentí completamente presente.

Pasé horas de placer infinito en el Away Spa… imagina entrar a un santuario escondido entre raíces antiguas, donde el tiempo se adormece y la mente se entrega. La entrada, como una gruta sagrada, te envuelve en penumbra y frescura, mientras un higuero majestuoso extiende sus brazos por encima, abrazando el espacio con su sabiduría vegetal. Entre el murmullo del agua nacida de un manantial y la presencia vibrante del “Ojo de Dios” huichol, cada tratamiento se convierte en un acto de conexión profunda.

W Punta de Mita es una sinfonía, una obra que mezcla tradición y vanguardia, donde lo ancestral se da la mano con lo cosmopolita, y donde el alma mexicana se muestra en su forma más pura, más vibrante. Aquí, cada detalle tiene intención, cada espacio cuenta una historia y cada sabor despierta algo dormido.

Punta de Mita, este rincón dorado al norte de Bahía de Banderas, es un secreto que el Pacífico guarda con elegancia. A diferencia del bullicio encantador de Puerto Vallarta, aquí el tiempo se mueve con la lentitud sabia de las olas. Las playas se extienden como suspiros y los atardeceres se deslizan por el cielo como óleo líquido. Entre pescadores que aún lanzan sus redes al amanecer y boutiques escondidas que huelen a mezcal y lino, este lugar mezcla la autenticidad de un México profundo con el refinamiento sereno de un paraíso discreto.

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