El concepto de “niño interior” es usado en cualquier diversidad de terapias individuales, amén de que es sujeto de cuestionamientos sobre su existencia, virtual, a fin de cuentas. Así que, para efectos prácticos, sintetizo: ¿cuáles son las características que tiene un niño –sobre todo pequeño—que lo hacen diferente de un adulto, incluso de un adolescente?
Es espontáneo, está libre del ruido mental de las preocupaciones y del concepto de una relación consigo mismo (el cual crecerá, la gran mayoría de las veces, de forma distorsionada a medida que avanza hacia la adolescencia y la adultez); y, lo más importante: vive el momento presente.
Así, al estar libre del ruido de la mente, las más de las veces nocivo e inútil, el niñ@ presta su total atención a los que sus sentidos perciben, a su experiencia del ahora. ¿Y qué podemos aprender y usar los adultos de esto? Para disfrutar de cualquier experiencia sensorial, una inmejorable posición consiste en olvidar las experiencias (sobre todo las desagradables) del pasado, así como las especulaciones y preocupaciones de lo qué va a pasar en el futuro, generalmente considerados como problemas. Solo hay asuntos por resolver; etiquetarlos como “problemas” solo contribuye a causar tensión interna (léase “stress”), la que, a su vez, disminuye la capacidad de resolverlos de forma óptima.
Para disfrutar al máximo cualquier experiencia sensorial, es indispensable enfocar todos los sentidos hacia lo que se está catando; en el caso de los alimentos, ya sea sólidos o líquidos (¡la cerveza cae en esta categoría!): vista, olfato, gusto y sensaciones táctiles. Así que la invitación para evocar a tu niño interior va en este sentido: olvídate de todo lo que tienes que hacer próximamente. A fin de cuentas, no lo vas a hacer mientras estás comiendo en tu hora o día libre, así como de tu pasado (desagradable o no), y centra todos tus sentidos en la noble bebida milenaria que tienes frente a ti: color, formación de espuma, aromas, la relación entre acidez, alcohol y amargor, las posibles notas dulzonas o frutales, así como el conjunto sensorial que despiertan en tu paladar y nariz todos estos elementos.
A fin de cuentas, tú decides cuál estilo de cerveza te agrada más, si bien te sugiero mantenerte abierto a probar nuevas etiquetas; quedarse con una sola o dos de por vida equivale a ir a un enorme banquete y probar sólo una o dos entradas. En otras palabras, sé infiel a una sola marca.
Mi recomendación del mes
Libertad American Pale Lager.- Lo primero que quiero precisar, es que este es un estilo relativamente poco conocido que hay que diferenciar de las American Pale Ales (APA), que están cobrando mucha popularidad en Norteamérica. Esta cerveza es elaborada por Cerveza Libertad, con base en León, Guanajuato.
De color ámbar brillante, muestra una prolongada retención de la corona*, con buen arrastre; en nariz, aparecen notas de cereales, flores y frutas blancas como el durazno; en boca, este ejemplar se apega al estilo, en el sentido de que muestra un equilibrio agradable entre maltas y lúpulos, si bien debo hacer notar que el amargor que aportan éstos es elevado, dominando por completo el posgusto; a esto hay que sumar una acidez refrescante, en un contexto de cuerpo medio-alto, todo lo cual resulta en una lager cargada de sabor, que recuerda mucho más a una ale, sobre todo si se le compara con las lagers industriales.
Estas características hacen que su maridaje sea muy versátil: desde ostras, pasando por pescados blancos en ceviche y salsas de jitomate, hasta quesos semimaduros como el cheddar (¡no confundir con el muy vil y vulgar “queso” amarillo!) y manchego de oveja; e incluso preparaciones con especias orientales, sin dejar de lado un mole poblano. ¡Salud!
*La corona es la espuma que se forma al servir la cerveza en la parte superior del recipiente (ya sea vaso, tarro, flauta, etc.)
