Hay cosas que, desde afuera, parecen simples: una copa impecable, un vino bien servido, una cata profesional que transcurre sin sobresaltos. Pero conforme avanza la conversación entre Karla Sentíes y Carlos Borboa en su última charla, queda claro que detrás de esa aparente sencillez hay una estructura enorme que sostiene cada detalle.
El Concurso Mundial de Bruselas —explica Borboa— es una operación que podría compararse con la de un gran evento deportivo internacional. Miles de vinos, cientos de especialistas, decenas de miles de botellas moviéndose con precisión logística. Todo para asegurar evaluaciones objetivas, donde la calidad del vino se analiza sin influencias externas: ni etiquetas, ni precios, ni origen.
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Para que ese proceso funcione, el entorno de la cata debe ser impecable: temperatura exacta, luz controlada, silencio, armonía en la sala. Y sí: también copas perfectas.
La copa como herramienta crítica
A lo largo de la entrevista, Borboa enfatiza un aspecto que suele pasarse por alto: la copa no es un accesorio, es una herramienta. Su limpieza y neutralidad determinan que el vino pueda evaluarse tal como es.
Controlar miles de copas bajo ese estándar es uno de los mayores retos del concurso. Desde México hasta China, la organización necesita garantizar que cada pieza de cristalería esté libre de olores, residuos y cualquier elemento que altere el juicio del catador.

Es ahí donde aparece la relevancia de contar con sistemas de sanitización confiables. Aquí es precisamente donde Meiko se vuelve un aliado técnico clave: no por protagonismo, sino por función. La tecnología asegura un flujo continuo de copas listas, inertes, iguales en cualquier sede del mundo.
Tecnología que respalda la experiencia
La conversación también revela cómo esta filosofía se trasladó al wine bar del Concurso Mundial de Bruselas en México. En plena pandemia, poder servir vino en copas recién sanitizadas, sin manipulación intermedia, representó una ventaja no solo operativa, sino emocional: seguridad, confianza, transparencia.



Esa apertura —incluso mostrar el lavacopas al público— refleja un enfoque centrado en la experiencia honesta del consumidor, donde la tecnología ayuda a mantener estándares constantes sin interferir en lo humano.
Lo que significa una medalla
Hacia el final de la charla, Borboa enfatiza que una medalla del Concurso Mundial de Bruselas no declara al “mejor vino del mundo”, sino al mejor vino dentro de un proceso riguroso y verificado. Es un sello que orienta al consumidor entre miles de alternativas y que abre espacio a regiones, productores y etiquetas que, de otro modo, podrían pasar desapercibidas.

La suma de detalles que hace posible la excelencia
La entrevista deja claro que la excelencia no depende de un solo elemento espectacular, sino de una suma de pequeñas decisiones bien ejecutadas:
- una sala preparada
- un equipo concentrado
- un vino evaluado en condiciones precisas
- y una copa que no interfiere en lo que el vino quiere mostrar.
En ese conjunto de factores, Meiko aporta una pieza silenciosa pero esencial: la garantía de que la cristalería —ese punto mínimo del proceso— nunca se convierta en una variable de riesgo.

A veces, lo que sostiene un concurso de talla internacional no es una gran revelación, sino la disciplina detrás de aquello que casi nadie nota. Y en esa discreción vive la verdadera perfección.
Si quieres ver la entrevista completa aquí te dejamos el video:
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