Hay lugares que se conocen por sus paisajes, otros por su gente… y algunos, como Nayarit, por la dulzura de su cocina. En este estado del Pacífico mexicano, los postres son mucho más que un antojo: son memoria, identidad y herencia viva. Cada preparación encierra los aromas del trópico, la calidez de su gente y el eco de una tradición que se niega a perderse.
Entre sus tesoros más emblemáticos está la cajeta de mango, un dulce que combina el sabor jugoso del fruto con azúcar y almendras. Reconocida incluso por la UNESCO como parte del patrimonio gastronómico regional, su textura untuosa y su fragancia tropical la convierten en una de las joyas más representativas de la cocina nayarita.

En las playas de Compostela, la cuala de coco conquista con su suavidad y aroma; una mezcla de maíz, leche y aceite de coco que recuerda al mousse, pero con alma mexicana. La capirotada estilo El Colomo, por su parte, reinterpreta un clásico nacional con un toque local: pan dorado, jitomate, cebolla y piloncillo se funden en un simbolismo religioso y un sabor que abraza.
No faltan las cocadas, estrellas de Tecuala, ni los coyules, dulces frutos cocidos con piloncillo y canela que se disfrutan a la sombra de los parques y plazas. Cada bocado revela la historia de un territorio que endulza la vida con sencillez, creatividad y raíces profundas.

Porque conocer Nayarit es también saborear su dulzura: una experiencia que viaja del alma al paladar y que confirma que la identidad mexicana, en cada rincón, tiene sabor a tradición.
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