Para una persona plenamente carnívora –como suelo ser– las experiencias vegan no figuran en mi interés primario, pero como dice la frase: “si no lo pruebas ¿cómo sabes que no te gusta?”, y fue así como hace algunos años una “sencilla” hamburguesa vegana me hizo empezar a explorar este nuevo paradigma.
Años más tarde de aquel descubrimiento y con más degustaciones realizadas, la mesa se torna veggie una vez más con las creaciones del chef Andrés Aguilar-Águila Loustaunau, mismas que a manera de instrumentos en una orquesta hicieron su aparición logrando una sinfonía vegetal.
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Desde el fondue de la casa, cuyo queso es realizado en el mismo establecimiento, pasando por clásicos de la cocina mexicana como el fideo seco y el mole negro, hasta un pecado de 24 capas de chocolate como postre, me hicieron reafirmar el hecho de que no se requieren productos de origen animal para que la comida regocije al paladar.
Si bien la mención tan vaga del menú que se nos ofrece en Vegan Inc. no basta para generar curiosidad culinaria por estos alimentos, quizá una reconstrucción a detalle de algunos de sus platillos nos haga cambiar de parecer..
Todo comenzó con tres platos, un pocillo y una copa de limonada. Brócoli, uvas y pan descansaban en cada uno de los platos, cuidadosamente acomodados en torno al pocillo que contenía queso fundido, mismo que mantenía su consistencia gracias a un pequeño mechero en su base.
El crujir de los alimentos acompañados de la cremosidad del queso hacía difícil prestar atención al resto de platos que había en la mesa, sin embargo, un llamado similar a los que se escuchan en Jauja (tierra en la que los alimentos piden ser comidos), me hizo voltear. Justo frente a mí se encontraba un tartar de betabel engalanando su plato, obligándome a robarle un buen bocado que orquestó un vals de betabel y aguacate en mi boca.
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Luego, hizo su entrada el fideo seco reposando en una hamaca de aguacate y, aunque por un segundo dudé en probarlo (no por disgusto, sino por los recuerdos que me traían de mi infancia y el fideo que preparaba mi abuela). Una vez terminado mi recuerdo el plato se encontraba vacío, sin darme cuenta lo había consumido a la par de mis memorias, por lo que no cabe duda que su sabor era excelso.
Una comida sin tacos no está completa –al menos para mí–, por lo que al ver caer una cascada de mole sobre una tortilla de hoja santa con setas asadas, no pude más que salivar ligeramente. Cada mordida a ese taco fue una probada del nirvana vegano, el balance entre el mole y las setas lograron que no extrañara la proteína animal regularmente presente en este clásico platillo.
Aunque tanta comida me dejó satisfecho, siempre queda ese pequeño espacio junto al corazón para el postre, por lo que el último ataque fue a los postres: un pastel de zanahoria y su hermano de 24 capas de chocolate.
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El festín terminó y una sola idea brincaba en mi mente: ¡cuán afortunado soy de haberle dado una oportunidad a la comida vegana luego de tantos años! En definitiva, disfruté cada bocado y quedé satisfecho al menos, hasta la próxima comida.
Vegan Inc San Ángel
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