Tomando una pausa en Kauri Cliffs

Melanie Beard
Melanie Beard
Melanie comenzó su carrera como periodista a la temprana edad de 12 años, compartiendo sus experiencias viajando por el mundo en una columna mensual en el periódico nacional El Universal. Es cofundadora de Marcas de Lujo Asociadas, una comunidad que integra las marcas de lujo del país.

En el escenario mágico de la Isla Norte de Nueva Zelanda, donde el mundo parece haber olvidado apresurarse, se encuentra Rosewood Kauri Cliffs. Allí, el viento conversa y la tierra respira. Los viajeros que somos amanta de la buena, nos volvemos partícipes efímeros en su eternidad, y nos entregamos sin resistencia a ese latido lento, envolvente, que transforma lo cotidiano en ceremonia.

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El trayecto hasta el lodge fue como un rito de entrada. Las colinas verdes, vestidas de ovejas dispersas como puntos de luz en un lienzo de pasto, acompañaban el andar del coche como si supieran que cada curva me acercaba más a algo sagrado. Entonces apareció, discreto, como un secreto bien guardado: Kauri Cliffs, con su arquitectura blanca y abierta, que parece levitar sobre la tierra, apenas tocándola para no perturbar su silencio.

Las habitaciones, distribuidas con la lógica sutil del viento, ofrecían al alma diferentes espejos: un rincón del océano que parecía respirar conmigo, un fragmento de bosque donde la luz danzaba entre ramas, un acantilado donde el tiempo mostraba su geología emocional. Cada amanecer desde mi ventana era un recordatorio de la mágica belleza natural de este inolvidable país, y en los detalles —una manta tejida, una taza de té en una bandeja de madera tibia— se tejía la hospitalidad profunda y seductora.

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Me dejé abrazar por su spa, escondido entre árboles como una promesa de olvido. Adentro, el mundo se disolvía en aceites dorados, aromas a tierra húmeda y miel silvestre. Las manos sabias que me recibieron no solo tocaban la piel, sino también las memorias del cuerpo. Al salir me sentía afinada; como si el cuerpo fuese un instrumento musical que espera con ansias las manos de un músico experto.

Cada comida era una conversación íntima con el territorio. Ingredientes locales, tratados con respeto y asombro, contaban historias sin necesidad de palabras. Recuerdo un plato de pescado que aún sabía al mar que lo había acunado, y un cordero que parecía haber sido cocido con la lentitud del viento. Los vinos, servidos con sonrisa y sin liturgia, nos hablaban de laderas y lluvias lejanas, como si cada copa fuera una travesía en sí misma.

La joya de la corono de mi estancia fue el golf. Una mañana templada, sin testigos salvo las nubes y los acantilados, caminé el campo la serenidad exquisita que otorga este juego. Cada tiro era un acto de escucha. Cada hoyo, una pausa en la conversación del mundo. Cada swing, una oración lanzada al viento. El campo, obra de David Harman, parecía un poema escrito con hierba y horizonte, interrumpido apenas por el murmullo lejano del mar.

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Todo en Kauri Cliffs se presenta con una gracia, con lujo auténtico, con hospitalidad genuina y con alma única. Un destino donde el tiempo se detiene, aquí recordé la magia de tomar una pausa.

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