Bastantes son las penas y los problemas que agobian a este nuestro globo terráqueo y claro, a nosotros los humanos que lo habitamos nos duele en el alma tal situación. Pues yo, en lo personal, para tratar de salir de tan embarazosas situaciones me dedico a leer, a escuchar música, a comer platillos suculentos, a cultivar la amistad y a tratar de hacer las cosas de la mejor manera. Y uno de los placeres imprescindibles es tomar café. Puede ser tomado en la mañana, a mediodía o en la noche, lo tomo cuando estoy solo, cuando estoy acompañado de una maravillosa mujer, o cuando charlo con un grupo amigos.

El café es imprescindible. Pero lo que yo quería comentar, Karla, es lo siguiente: resulta que en 1888, en Francia apareció un libro de consulta esencial Nuevo Cocinero Mejicano, y sobre el café dice: “El café es idolatrado por los verdaderos gastrónomos, porque les suaviza las fatigas de la digestión. Por lo general, el hombre que no digiere está triste… pero el café le vuelve la alegría… El café ensancha su corazón, inspira agudezas a su espíritu y enciende su imaginación. El hombre que tiene talento en ayunas, es un genio después del café. Por su influencia se abre y desarrolla la inteligencia más obtusa; la insensible se vuelve tierna y la belleza fría se anima; todo se transforma, y este es el triunfo del café”. ¿Cómo ves esta relación o mejor dicho, esta apología del café? Es acertada, es correcta y eso, dicho desde el lejano año de 1888 en la Francia —que de amores, comidas y creaciones sabe— confirma hoy lo que del café siempre hemos pensado. Y viene esto a cuento porque tengo una amiga —recuerda, Karla, mi condición de caballero, por eso el nombre no lo doy, bueno el nombre sí, el apellido no— llamada Marie. Con ella paso largas horas charlando sobre todos los temas que nos son caros: las novelas, los cuentos, la música de Wagner, las canciones de Jacques Brel, las pinturas de Caravaggio, de los platillos que nos dan el vigor para emprender los viajes de la mano de Cupido y de Venus, los vinos que nos ayudan en la ensoñación y nos impelen a buscar más detalles del cuerpo y del alma, de los licores que, como los besos profundos y llenos de pasión, nos dejan en la boca la sensación de estar libando cosas venidas del Edén.

Pues bien, esa tarde los platillos de la mesa fueron de festín apabullante, los colores, olores, sabores, las delicias de los quesos y la fineza ritual del pez y el tinto de Bordeaux, y el licor de naranja fueron los testigos, no mudos, de lo que los placeres de la mesa producen en dos enamorados. Nos pasamos a su estudio. Allí el olor había llenado todo el lúdico espacio: sí, el café expreso nos hacía guiños con su esencia que revoloteaba en el espacio, y luego tomarlo a pequeños sorbos —como caricias— y Marie y yo a mirarnos satisfechos y plenos de haber logrado, con la coronación de aquella reunión que la constituyó el café, que caliente pasaba por nuestras bocas incitándonos a emprender otras aventuras que nos llevaran de la mano a ir y caminar por los anillos de Saturno. Ah, qué aventuras intelectuales, amorosas, amistosas, sociales nos provoca el café.

Sí, chère Karla, qué razón tenían los predecesores históricos en beber café, qué razón tenía el emperador Soliman II, ya que durante su reinado, y en Constantinopla, el café fue la bebida que le daba sabor a las reuniones de los políticos y hacía las charlas de las damas de la Corte una ocasión para relucir y sacar el ingenio y ponerlo en la mesa, para deleite de todas y de todos. Pues sí, a beber café, a tomarlo con gusto, con ganas y con pasión. Sí, el café es corona de una charla, de un encuentro, de un fin de fiesta.

 

Por: Carlos Bracho cbracho@saborearte.com.mx

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