Caviar, foie gras, cortes finos y gastronomía molecular… Nos encanta la alta cocina, pero no todo en la vida son platos elaborados con precios exorbitantes. De hecho, en la vida cotidiana, la mayoría de nosotros optamos por los platos callejeros, más discretos y accesibles, que con frecuencia son ignorados por ser tan comunes.

Por eso he tomado la misión de reconocer a los favoritos callejeros de la ciudad para darles el lugar que se merecen, porque aceptémoslo, los tacos, garnachas y antojitos en cada esquina son casi como nuestros mejores amigos, siempre disponibles cuando los necesitamos.

El protagonista en esta entrega será la guajolota, la famosa torta de tamal que tanto amamos los citadinos y que escandaliza a los foráneos. Y es que, más que solo una mezcla de masas, es toda una experiencia gastronómica, con diferentes versiones y una variedad de complementos.

¿De dónde viene la guajolota?

Como sucede con la mayoría de los platos callejeros, definir el origen de la guajolota es bastante complicado, pues solo podemos basarnos en las leyendas urbanas.

En este caso, una teoría sugiere que su origen fue más bien en el estado de Hidalgo, y que no se hacía con tamal, sino con enchiladas

Guajolota. Foto de Rodrigo Contreras

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Según esta versión, un grupo de trabajadores acudieron a un negocio a comprar sus alimentos. Por desgracia, el puesto ya casi no tenía comida y lo único que pudieron ofrecerles fue un poco de enchiladas en un bolillo. A modo de broma, los trabajadores comentaron que era como su guajolote navideño –en referencia a la elegancia del platillo–, y es de ahí de donde viene el nombre.

Otra versión asocia la torta de tamal a un antojito poblano que consiste en un pambazo relleno de enchiladas. De cualquier forma, aunque ninguno de los antecesores a la guajolota chilanga lleva tamal adentro, podemos creer que es la versión capitalina de la mezcla de masa de maíz con masa de trigo.

Torta de tamal: variaciones

Cada quién pide su guajolota como más le guste, y es que, tratándose de tamales, bien dice el dicho que hay “de chile, mole y de manteca”, refiriéndose a que hay mucha variedad. Lo más común es pedirla de verde, de mole o de rajas, pero también hay quien la pide de dulce.

Además, aunque la guajolota tradicional se prepara con telera y tamales de hoja de maíz, hay quienes utilizan otro pan como bolillo, u otros tamales, como los de hoja de plátano, sin contar con las guajolotas con tamal frito.

Tamal en hoja de plátano. Foto de Gonzalo Guzmán García en Pexels

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Los poderes de la torta

Dicen que los chilangos le ponemos bolillo a todo, y es por eso que a los foráneos les parece una aberración que sirvamos un tamal, que de por sí ya tiene bastante masa, dentro de un pan que también tiene la suya. Pero los que ya la conocemos sabemos, con certeza, que no solo es una delicia consagrada, sino que tiene muchas bondades que la vuelven un desayuno digno.

Para empezar, el alto contenido de calorías no es necesariamente malo, pues aunque no es recomendable consumir demasiadas, son necesarias para obtener energía, así que la guajolota -entre 300 y 700 calorías- resulta un excelente desayuno para aquellos que empiezan temprano y no vuelven a tener un descanso hasta bien entrada la tarde.

Por otro lado, también es bastante “llenadora”, así que es suficiente para quitar el hambre por un buen rato, y considerando su precio tan bajo y accesible, no cabe duda de que son una de las mejores opciones para desayunar barato, rápido, abundante y delicioso en la ciudad.

Guajolocombo

Por supuesto, cuando hablamos de la torta de tamal, no podemos olvidar a su clásico acompañante: el atole o champurrado.

Y es que, de chocolate, arroz, galleta o cualquier otro sabor, este es el complemento perfecto para la guajolota, tanto así que el dúo ya tiene su propio nombre coloquial: el gaujolocombo.

Así que, si te agarra el hambre en las calles de la CDMX no dudes en visitar el puesto de tamales más cercano, pedirlo con pan y acompañarlo con atole para disfrutar de una deliciosa guajolota.

Fuentes

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