Los aguafiestas dirán que el amor no es más que una serie de reacciones químicas, que determinan si dos individuos son compatibles para mantener su especie. Dentro de este carrusel de endorfinas y otras sustancias raras, aún habemos algunos creyentes de la existencia del sentimiento más allá de la química.
Bajo el pretexto de las ideas de un romántico empedernido escarbemos en la historia para sacar a relucir la historia del día de San Valentín. Todo empieza en el siglo III d.C. en pleno Imperio romano, durante esos años el cristianismo apenas entraba en las filas de la población y como muchas otras historias involucró una masacre de gran magnitud.
San Valentín de Roma
El destino de un creyente dentro de Roma implicaba la muerte, dependiendo del gobernante eran sometidos al martirio y posterior ejecución o simplemente al entretenimiento sanguinario del coliseo.
Aquí es donde entra en juego nuestro protagonista y responsable, al menos en nombre, de lo que en estos días se festeja. Dicho personaje era un sacerdote que pereció ante martirio y ser decapitado.
Los motivos por los que fue condenado a esta pena, se explican con una encrucijada de versiones, entre los que cuentan que San Valentín acompañaba espiritualmente a los cristianos apresados y que esperaban su muerte.
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O la alternativa que más compete a la celebración y se remonta a la normativa de las legiones, en las que se estipulaba que los soldados jóvenes no podían contraer matrimonio pues mostrarían un mejor rendimiento en el campo de batalla si no contaban con ataduras sentimentales a una familia.
Al conocer esta injusticia nuestro sacerdote decidió realizar matrimonios clandestinos dentro de las tropas imperiales. Sin importar la historia que sigamos el desenlace es el mismo, San Valentín es atrapado en Roma y juzgado por fomentar el cristianismo, dando como resultado la pena de muerte.
Por si fuera poco el trágico final del sacerdote, existe una anécdota alternativa que remarca la emotividad de la situación. Al estar en su encierro conoció a una doncella, misma que resultaría ser la hija del carcelero encargado de su celda.
Ante la situación, su comunicación se veía limitada a la escritura, una serie de cartas que se perdieron en el tiempo, pero que dieron pie a la festividad en sí. Cada carta era firmada, según la leyenda con la frase: «de tu Valentín».
El antes y después
La importancia de este personaje fue tan relevante para el mundo que se instauró religiosamente el 14 de febrero como el onomástico de San Valentín, aunque en la actualidad ya no existe la fecha en el calendario eclesiástico, ya que en 1969 se puso en duda la existencia del sacerdote y se recurrió a solamente celebrar socialmente.
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Antes de la instauración del día de San Valentín se celebraban las Lupercalias, cuya traducción sería «fiesta de los lobos», donde los sacerdotes ofrecían sacrificios en la cueva donde se supondría, habían sido alimentados y criados los fundadores de Roma, Rómulo y Remo.
Estas festividades eran encaminadas a conseguir la fertilidad, por lo que las fiestas que se organizaban solo podrían ser descritas como orgías rituales acompañadas con cantidades importantes de alcohol.
No fue hasta el año 496 cuando el papa Gelasio I instituyó el 14 de febrero como día de San Valentín con tal de terminar con el paganismo romano.
Después de haber cubierto la parte histórica y más erótica del festejo, hay que pasar al choque de feromonas que tenemos a bien llamar amor. Fue hasta 1328 que el 14 de febrero tomaría una perspectiva romántica con la obra “Parlamento de los pájaros”, del autor inglés Geoffrey Chaucer.
La fecha se consolidó en pleno siglo XV con las inscripciones de los poemas conocidos como Valentinas, género relacionado directamente a los enamorados. Posteriormente el sentimiento se volvería más comercial con la industrialización de Gran Bretaña y la producción masiva de tarjetas para festejar el día.
Así que abramos un chocolate más o descubramos una paleta de corazón y honremos las leyendas que dieron un motivo para celebrar el amor y la amistad.
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