Por Sofía Álvarez Rodríguez

Cuando uno es niño casi siempre sueña en volverse astronauta, doctor, maestro, pero ese nunca fue mi caso, desde que tengo memoria tuve muy claro mi futuro, dedicarme a la cocina, ser chef y tener mi propio restaurante.

Recuerdo perfecto que todos los sábados me despertaba temprano y mientras los demás  seguían dormidos, yo hacía de mi cuarto un restaurante, quitaba el colchón de mi cama, ponía mesitas y acomodaba mis juguetes, un hornito, una parrilla, creaba mi propia cocina hecha de juguete. Incluso hacía mis menús, y tenía un cartel con el nombre de mi lugar “El Gran Sabor”.

En cuanto daban las 8:00 am, iba a la recámara de mis papás con un mandil y un gorrito de chef, con mis menús en las manos y los despertaba con la frase de siempre “¿qué le ofrezco de desayunar señor?” ellos aún dormidos, abrían un ojo y señalaban algo al azar de la hoja de papel que les llevaba y feliz lo anotaba en mi libreta, también personalizada con el nombre de mi restaurante.

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Regresaba emocionada a mi recámara, me ponía a preparar sus platillos hechos con plastilina. Se los llevaba, pero seguían dormidos, despertaban solo para fingir que lo probaban y me decían “qué rico está, muchas gracias”.

Pasaron los años y la comida de plastilina pasó a ser comida real, recuerdo que lo primero que llegué a cocinar, con ayuda y supervisión de mi mamá, claro está, fue un flan napolitano con la receta que solía hacer mi abuela. Un postre realmente simple pero que me llenaba de orgullo cada que lo preparaba, porque lo hacía yo, con mis manitas y a todos les gustaba.

Este postre se quedó como mi sello, y a toda persona que conocía le hacía uno, más que por querer presumir que yo lo había hecho, era para demostrarles mi amor, porque qué mejor manera de decirle a alguien “te quiero” que con algo hecho por ti, y mejor aún si es comida.

Poco a poco y conforme iba creciendo, mi mamá me dejaba hacer más cosas, le ayudaba a hacer la comida, o veía mientras la preparaba y siempre ponía mucha atención, incluso a cuántas pizcas de sal le ponía a las cosas.

Llegó el momento de pasar a la universidad, yo veía a todos mis amigos confusos y dudosos de que carrera escoger, mientras que yo tenía más que claro lo que quería. Desde mi primer día en el Superior yo me sentí como pez en el agua, no les voy a mentir, claro que habían clases un poco aburridas, o a veces no ponía atención a todas, por hacer otras cosas. Pero todo lo que hacía y estudiaba le ponía toda mi dedicación y pasión, porque es lo que amo.

Creo que a todos en algún punto de la vida, nuestro inconsciente nos ha jugado en contra, haciéndonos dudar y repitiendo una y otra vez la misma pregunta “¿y si no soy buena?”. No les puedo explicar la cantidad de veces que esa pregunta se cruzó por mi mente, y las veces que me la creí. Tuve muchos momentos de quiebre, llanto, desesperación hasta me llegaba a comparar con mis compañeros o con otras personas, viendo cómo a ellos les salía algo mejor que a mi.

Muchas veces quise renunciar, dejarlo todo y cambiar de rumbo, pero cada vez que eso pasaba, esa niña de 6 años, ilusionada jugando con sus plastilinas, me venía a la mente y recordaba que todo esto lo estaba haciendo por ella, porque siempre ha sido mi sueño.

Gracias a que nunca le hice caso a esa voz interna, no me rendí y seguí adelante, hoy en día he logrado más cosas de las que alguna vez esa niña imaginó. Desde trabajar en Fórmula 1, en los eventos y festivales gastronómicos más importantes de la ciudad como Sabor es Polanco y Millesime, hasta vivir una temporada en Barcelona, España, trabajando en el segundo mejor restaurante del mundo con 3 estrellas Michelin, Disfrutar.

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Hoy, a mis 23 años de edad, gracias a todas las experiencias y oportunidades que me he ganado con mi esfuerzo y dedicación, y a pesar de los obstáculos y todas las dificultades que se me han presentado, puedo ver aún a esa niña jugando con su plastilina y su restaurante ficticio y decirle “lo estamos logrando”.

Yo se que estarás pensando, “¿y yo qué hago leyendo la historia de alguien que no conozco?”, y no los culpo, yo pensaría igual, pero el motivo principal de contarte mi historia, es para que te des cuenta que se puede, que no todo siempre va a salir bien, habrán días buenos y otros no tanto, pero si tienes clara la meta a la que quieres llegar y luchas por tus sueños, te aseguro que tu niño interior estará muy orgulloso de ti, y en unos años vas a voltear atrás y recordarás “la chica de la nota tenía razón, sí se pudo”.

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