El invierno se acerca y no necesariamente con caminantes blancos, pero sí con una bebida muy característica de algunos países de Europa. Suecia, Dinamarca, Alemania y Noruega disfrutan de los meses de frío con el glögg, bebida que calentará nuestra lectura de hoy.
Los primeros registros que se tienen de este elixir nórdico vienen del año 1609, con la aparición del término glödgat vin en Suecia, cuya traducción significa vino caliente. La invención de este brebaje se le atribuye a Gustav Vasa, rey sueco que mezcló vino alemán con miel, azúcar, canela, jengibre, cardamomo y clavo.
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Un poco de historia
Como en Saborearte nunca falta el ratón de biblioteca que se divierte buscando información de bebidas –en este caso yo–, he rescatado la manera en que los griegos y romanos consumían el vino.
En aquel tiempo de galeras y grandes leyendas que han trascendido las generaciones, el vino no contaba con métodos eficientes de conservación, por lo que era frecuente que lo consumieran en malas condiciones. Ante esta situación los antiguos pobladores del Mediterráneo lo mezclaban con agua de mar y algunas especias, de manera similar a la receta sueca, aunque sin calentar.
Como dato curioso y aprovechando la mención de Grecia, uno de sus vinos más conocidos y con una tradición milenaria es la Retsina, fermentado cuyo nombre hace alusión a su método de conservación, mismo que consiste en un sello de resina de pino para evitar la oxidación del líquido. Este predecesor del corcho aporta notas aceitosas al vino.
Pese a este antecedente, la versión de los países del norte, y que se ha mantenido vigente desde la Edad Media, no tiene como finalidad enmascarar defectos sino calentar el cuerpo sin perder el gusto de una copa de vino.
En estos países se puede encontrar glögg de muchas formas, desde los artesanales hasta los embotellados y, si bien es cierto que entre regiones también cambia el nombre que se le da, los principios son los mismos.
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Manos a la olla
Por otro lado, en México son muy pocos los que tienen conocimiento de esta peculiar forma de consumir el vino y muchos menos los que la han podido probar. Para remediar eso rescatamos los ideales del Viejo Mundo que dicen que la mejor forma para disfrutar este elixir es preparándolo en casa.
Los elementos para la elaboración son muy simples y el proceso no requiere mucho esfuerzo. Todo empieza con el vino que se transformará, las recomendaciones son dos: la primera es que la varietal sea Cabernet Sauvignon; y la segunda es que sea un vino económico, ya que el protagonismo lo otorgan las especias y no el fermentado.
En el terreno de las especias que se necesitan encontramos: clavo, canela, cardamomo, jengibre, cáscara de naranja y limón (sin la parte blanca, porque amarga) y un poco de miel. Las cantidades pueden variar con respecto al gusto de cada quien, y también porque uno de los mayores placeres de la cocina es la experimentación, o al menos lo es desde mi punto de vista.
La manera de hacerlo es simple, dejar todos los ingredientes macerando en el vino durante una noche y cuando se vaya a servir, se calienta hasta que alcance los 60-70° C. Es importante que no hierva para evitar que el alcohol se evapore.
Así que si quieres darle un giro a tus veladas de invierno y disfrutar de algo poco común anímate a preparar un poco de este vino caliente, es una experiencia tanto reconfortante como recomendable. ¡Salud!
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