Por Rodrigo Contreras

Dicen que si las paredes pudieran hablar tendrían mucho que decir; y es que el tiempo no pasa por nosotros como lo hace con ellas, imagina cuántas historias tendrían las paredes de la pirámide del sol, los chismes que tendría la muralla china o los secretos que diría el coliseo romano.

Es más, no hace falta ir tan lejos, ¿te imaginas cuantas cosas han presenciado las mismas paredes que te rodean en este momento? las personas que han pasado por donde estás, historias de amor, de misterio y de comedia; tal vez alguien que se haya ido para siempre, o alguien que llega por primera vez.

No importa, ni siquiera, si las paredes que te rodean llevan muchos años existiendo o si acaban de ser construidas, estoy seguro de que tienen algo que contar.

Por eso hoy celebramos los 50 años del Bajío a través de la historia, contado desde los ojos de sus paredes.

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Nacimiento: El amor de Raúl y Titita

Lo primero que vio El Bajío fueron los rostros de Raúl y su esposa María del Carmen. El edificio ya estaba ahí, pero el restaurante El Bajío acababa de nacer.

Raúl estaba emocionado, era su primer negocio propio, y aunque no sabía nada sobre cocinar, tenía todas las ganas de aprender. Su esposa, por el contrario, estaba segura de que no había mucho futuro, pues al principio pensó que estaba muy lejos y feo, pero al final confiaba en su marido y prometió apoyarlo hasta el final.

Al principio las cosas fueron duras. Había poco presupuesto y casi nada de experiencia, pero como a un bebé, cuidaron al Bajío con recelo y lo vieron crecer.

Una parte de su éxito se debió a la zona. Azcapotzalco, en los 70, era un espacio privilegiado por estar cerca de la zona industrial de Vallejo, además, muchos periódicos y editoriales tenían ahí sus oficinas, y a solo unos pasos del edificio se encontraban las disqueras RCA Victor y Musart. Así, El Bajío vio pasar a muchos artistas, reporteros y trabajadores y presenció tantas historias que haría falta un libro entero para recopilar todas.

Pero el principal factor de éxito fue el amor y la pasión de Raúl y Titita, no solo por el restaurante, sino también por ellos y su familia.

Alma pambolera

Y hablando de pasiones, Raúl tenía una muy grande: el fútbol.

Una de las primeras cosas que hizo fue colocar una pantalla en la barra y decorar con fotografías alusivas al deporte, como balones, equipos y jugadores estrella.

-Solo si se está incendiando el restorán me pueden interrumpir, voy a ver el partido de mis Chivas– decía el propietario, que vivió durante muchos años en Guadalajara, donde se volvió aficionado al equipo rojiblanco.

Tal era la pasión de Raúl por el balompié que un día, ahí mismo en el restaurante, se le ocurrió una idea maravillosa.

-¿Y si hacemos un equipo de fútbol?- le comentó a sus hijos Raúl y Pepe y a sus trabajadores. -Vamos, estoy seguro de que podemos hacer algo bueno.-

Así nació el equipo de El Bajío, donde jugaron él, sus hijos, algunos trabajadores e incluso unos cuantos ex futbolistas como Luis Alvarado. El uniforme era de color blanco con una franja diagonal naranja que atravesaba la camiseta por el pecho.

Si las paredes del restaurante pudieran hablar seguro hablarían de lo felices que se veían todos cuando llegaban después de haber ganado un partido, al fin y al cabo siempre fue un lugar digno de las mejores fiestas.

O bueno, casi siempre.

El peor día

La desgracia cayó sobre El Bajío de la peor manera posible; no estaba agonizando el restaurante, las ventas iban en aumento y el local se encontraba en su mejor momento, no, quien estaba agonizando era su padre.

Una mañana de 1977, cuando las luces del alba empezaban a alumbrar la calle, Raúl, con semblante oscuro, convocó a su familia.

-Estoy enfermo, no hay mucho que se pueda hacer- todos lo miraban incrédulos y preocupados -Se vienen tiempos difíciles y voy a necesitar de su ayuda para que el restaurante salga adelante.-

A Titita le encargó el restaurante, y mientras ella se involucraba cada vez más en la cocina y en la administración, su esposo comenzó su tratamiento contra la fatal enfermedad.

Lamentablemente el destino lo alcanzó primero, el 25 de julio de 1979 Raúl no volvió al negocio y desde entonces Titita se hizo cargo por completo y, aún dolida por la pérdida de su amado, encontró las fuerzas para mantener a su familia e impulsar al restaurante mucho más lejos de lo que nadie hubiera imaginado

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Muerte: pequeños relatos

Pero en el Bajío la muerte no es gran motivo de llanto, después de 50 años esta se ha convertido en una vieja amiga, que muchas veces se muestra alegre y juguetona.

En una ocasión dentro de estas mismas paredes un hombre se encontró con su destino, a sabiendas de lo que le esperaba le pidió a sus hijas.

-Llevenme al Bajío, ya estoy viejo y no me quiero ir sin disfrutar una vez más de los manjares de Titita.-

Y así con su último deseo recibió a la catrina de la mejor manera posible: feliz y con el estómago lleno de delicias, y mientras el revuelo por el acontecimiento sacudía a todos en el lugar, el anciano y su nueva compañía caminaron juntos hacia la oscuridad de la noche.

Visitar El Bajio puede ser cuestión de vida o muerte. Otro ejemplo es el caso de un cliente frecuente que dejó escrito, como último deseo, que el día de su funeral no estuvieran tristes y sombríos, sino que le hicieran una fiesta grande, en El Bajío, porque para él no había mejor lugar.

Así, en una escena como salida de cuento, familiares y amigos bebían y cantaban al ritmo del mariachi mientras su festejado se posaba en la cabecera, contenido en una urna. Y aunque nadie más lo notaba, las paredes del negocio fueron testigos y podrían jurar que vieron a la parca y a su nuevo amigo embriagarse con tequila y desgastar sus gargantas con el resto de los invitados.

La familia

Aunque el mérito suele ir dirigido al padre y a la madre, no podemos olvidar a los hermanos, y el bajío tiene cinco. Titita y su esposo tuvieron cinco hijos antes de dar vida al restaurante: Raúl, Guillermo, Maricarmen, Luz María y María Teresa, quienes, para nuestra fortuna se involucraron desde jóvenes en el Bajío; desde tareas administrativas hasta visitas al mercado de la Merced, el preferido de Carmen.

Salvo José Guillermo, quien abrió las alas y emprendió vuelo a otro estilo de vida -literalmente, él es piloto de aviones-, todos continúan trabajando de cerca con el restaurante. Raúl, por ejemplo, asumió el rol administrativo, Maricarmen dirige el Bajío de Cuitlahuac, María Teresa estudió gastronomía para trabajar de la mano de su madre, y aunque Luz María se alejó un poco de los fogones, su esposo funge como chef administrativo del restaurante.

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Rompiendo fronteras

Desde su fundación hace 50 años, el Bajío ha sido un faro de cultura y gastronomía mexicana, por eso, contra viento y marea, el apoyo de la familia, amigos, trabajadores y comensales hicieron posible que en 2006 Titita abriera su primer sucursal en Parque Delta y desde entonces todo ha ido cuesta arriba. 

Hoy ya son 18 sucursales y el próximo año se inaugurará la primera fuera de México, específicamente en Madrid, España.

Claro, después de 50 años de historias mexicanas, ya era hora de que el Bajío nos cuente anécdotas del antiguo continente.

Visita la página web del Bajío y festeja sus 50 años en cualquiera de sus sucursales. Quien sabe, tal vez dentro de unos cuantos años sus paredes estén contando tu historia.

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