Chère Karla:

Con nuevos vientos, con aires distintos, con cielos azules, con nubes blancas que se desplazan con lentitud, y que lo hacen así para que podamos admirarlas. Así, con ese donaire, llega el mes de abril.

Y cómo no recordar algunas fechas que grandes personajes hicieron suyas por derecho propio. Y resalta esta: 30 de abril, día mundial del niño. Sí, por fortuna, aunque los años nos pesen, creo que muchos, como yo, tienen el alma de niño.

Sí, los mayores lo sabemos: niñas y niños, a la par, ven el mundo mejor que nosotros, gozan de lo lindo al ver el vuelo de una mariposa, se maravillan con las piruetas de los colibríes; el chocolate es dulce que saborean una vez y otra, las golosinas salen de sus bolsillos a la boca y se divierten saltando la cuerda, jugando con la pelota, viajando en bicicleta, y los días de campo son para ellas y ellos uno de los días que quedarán grabados en su memoria.

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Sí, porque lo que sus madres han preparado para tal acontecimiento es de antología: yo recuerdo algunos antojitos que hicieron de mi niñez un tiempo feliz, vean: tortas de queso con frijolitos, de jamón con aguacate y pedacitos de chile jalapeño, de sardinas con cebollita picada, ensalada de atún con apio y cebolla y gotitas de limón, tacos de pollo asado con rebanadas de zanahoria en escabeche, de carnitas con chilito chipotle, quesadillas de flor de calabaza, de queso asadero, de queso con frijoles refritos, jugos de naranja, de piña, de horchata, de mango, postres de duraznos en almíbar, puré de manzanas, rebanadas de piña, mangos y melocotones, sandwiches de jamón con jitomate y lechuga y rebanaditas de cebolla y el pan untado con mayonesa y mostaza, de carne molida con rebanaditas de pepinos en escabeche y hojitas de lechuga y rueditas de huevos cocidos.

Había en el mantel puesto sobre el zacate unos tamalitos de dulce, de chile y de manteca. Todo un comelitón que nos sabía a algo venido del cielo. Y como habíamos jugado a las escondidas, saltado a la cuerda, columpiándonos hasta decir basta, subido a los árboles, y mi padre. como todos los padres eran el mejor cuidador para que ningún niño, ninguna niña sufriera algún percance.

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Con alegría y con todo nuestro mejor esfuerzo saltábamos algún tronco, y el premio de un chocolate entero era para el que diera el salto más largo, y en la carrera de los veinte metros el ganador recibía doble ración de postres. Tiempo de niñas, solaz y esparcimiento sano de niños. El campo nos llenaba los pulmones de oxígeno, nos hacía ver la belleza de los árboles, lo hermoso de las flores que estaban por todos lados, como diciéndonos que se abrían y se mostraban así de esplendorosas para festejar nuestra vida de niños.

Al caer la tarde recogíamos todo, los manteles, los platos, las cucharas, los vasos, las jarras. Poníamos mucha atención para no dejar nada de basura. Y sí, el lugar quedaba limpio y listo para recibirnos en algún otro fin de semana. Y nosotros, mis hermanas y yo -y todas las niña y niños del mundo- estábamos listos para volver a comer las maravillas que las abuelas y las madres sabían preparar. 

Sí, que los niños y niñas – los hay de 8 a 80 años- sigan jugando, sigan cuidándose, sigan estudiando, sigan siendo mejores, que sigan haciendo ejercicios, leyendo, escuchando música, y evidentemente, prepararse para tener un día de campo inolvidable.

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