Cerveza
Cerveza

CHÈRE KARLA:

Desde la época en que el poeta Efraín Huerta, yo y otros tecleadotes de la entonces moderna máquina de escribir Olivetti, y que el punto de reunión era Mi Oficina –cantina del rumbo de  la calle Bucareli, cerca del Reloj Chino, y que se situaba a unos metros, enfrente, de la SEGOB-, y allí escuchábamos atentos al gran Cocodrilo, que nos narraba las historias de su fecunda vida literaria. Todo lo que el poeta amigo y maestro nos decía, para nosotros, aprendices de brujos, aquellas tertulias eran más que una clase, era un real taller literario. Cuánto aprendimos de él. Sus palabras nos llenaban el pensamiento y con sus andanzas teníamos material para componer nuestros versos. En esos entonces tomábamos una cerveza y, oh, tiempos aquellos del cuerno de la abundancia, tiempos en los que el peso era sólido y algo valía. Y la mesera, bella y de un porte que nos hacía a los jóvenes invocar a las sabias virtudes y tratar de practicar las lecciones amorosas de Venus, nos ponía en la mesa cacahuates tostados, habas verdes, que también ya habían pasado por el asador, luego seguía un rico caldo de camarón, con unas democráticas rebanadas de limón para ponérselo al gusto; el banquete seguía con unas costillas de cerdo adornadas con verdolagas y quelites; en un cesto lucían las tortillas de maíz morado, y el remate eran unos frijoles refritos espolvoreados con queso Cotija y al lado del plato unas rebanadas de aguacate y unos chilitos toreados que le daban sabor a aquél manjar cantinero. Y todo esta maravilla de la cocina popular mexicana nos la ponían en la mesa por el precio de una cerveza. Sí, imagínese esa escena.

La siguiente reunión de los poetas en ciernes y la del maestro Efraín Huerta, era distinguida con un menú distinto, pero igual o más sabroso que el del día anterior. Las cervezas sudaban la gota gorda. Y nosotros empinábamos su contenido que nos hacía viajar al mundo de Neruda o al del gran López Velarde. Esta vez había un molcajete con un guacamole para chuparse los dedos, las tortillas de maíz morado servían para crearGuacamole
unos tacos que nos llevaban de la mano a los cielos culinarios. Siguió el banquete con una sopa de flor de calabaza; luego llegaron las enchiladas rojas, con su pollo y su remate de crema y algo de queso en polvo, claro, acompañando a este regio platillo los frijoles de la olla con algo de epazote, culminaban el rito de beber y comer y escuchar las sabias palabras de Efraín. Sí, tiempos idos, pero tiempos bellos. Hoy en los bares, en las cantinas, si quieres comer algo, si quieres saborear las delicias que ofrecen estos lugares, la cuenta reflejará todo lo que pediste y todo lo que consumiste. Sí, época esta del consumo, del cuánto tienes, cuánto vales. Hoy Efraín se ha ido. Los que quedamos aquí, en la guerra cotidiana- seguimos siendo fieles al rito de asistir a Mi Oficina, seguimos pidiendo cervezas frías, y “devoramos” todas las delicias que la cocinera del lugar prepara con ahínco y con sapiencia. Sí, buen provecho. Salud.

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