Chère Karla:

Recuerdo que hace algunos ayeres el actor Sergio Bustamante dijo, al ver actuar a don Fernando Soler: —“Carlos, mira, renovarse o Soler”, y luego sonrió enigmática y pícaramente. Al principio no comprendí bien a bien lo que Sergio apuntaba. Pero luego entendí todo: los Soler no eran malos actores, no qué va, eran espléndidos, pero la época suya había pasado, su manera de actuar no correspondía a los tiempos en que Sergio dijo esa frase lapidaria. Y nosotros, Bustamante, yo y otros, veníamos de ver el método de Stanislavsky y aquí recibíamos las lecciones de Seki Sano. En el cine estudiábamos a Brando y a Montgomery Clift, a Newman y a Elia Kazan. Había que RENOVARSE para permanecer en el gusto de la gente de ese entonces.

Y esa —renovarse— ni más ni menos es una razón poderosa para estar presente en el ritmo endiablado que el mundo de las fibras ópticas, la HD, los satélites y los iPads, nos impone a todos por igual, o sea, hablando en plata: RENOVARSE O MORiR. Suena feo pero es una rotunda verdad.

Pues creo —siguiendo, de una manera o de otra lo arriba expuesto— que el Champs Elysées, y de acuerdo a mi personal gusto —aunque creo que ese sentimiento puede ser avalado por muchísimos más comensales— es uno de esos lugares hospitalarios donde la historia hace su entrada triunfal. Me explico: hace ya más de cuarenta años que este restaurante ha sabido estar siempre a la moda de las gargantas gastronómicas. Y me puedo preguntar ¿cómo lo ha hecho este sitio para lograr tal hazaña? Bueno, creo que la respuesta es simple, y esto lo digo yo, yo que he visto como surgió este lugar y como enfrentó los naturales altibajos de la industria restaurantera. Sí, superó los momentos bajos habidos en los pasados años, pero con la nueva empresa que lo adquirió —Grupo IRCC— los clientes habituales volvimos a ver cómo, con empeño, trabajo arduo y constante, la mira puesta en la recuperación de clientes y el empuje y visión de los directivos —que es lo que toda empresa que se precie necesita tener—, Champs Elysées, vuelve a estar en las preferencias de los gourmets más delicados.

Ah, entonces la lección es clara y contundente: nunca hay que dormirse en los laureles, siempre hay que saber estar al día en todo lo que el mundo de la cocina nos ofrece, debemos estar alertas para no dejar pasar un solo día sin estar enterados de los nuevos productos que la industria especializada ofrece, hay que tener una sensibilidad enorme para poder darle gusto a los clientes de hoy, de este rápido y lujurioso hoy que nos trae noticias al minuto de Japón, China, Mongolia, Grecia, Estados Unidos, España, Francia, Italia y muchos países que hacen de su cocina un verdadero mapa turístico. O sea que “Camarón que se duerme se lo lleva la corriente”.

Bien, Karla, creo que esto es lo que veo de Champs, un restaurante que no se durmió en sus laureles, un sitio que supo renovarse y no morir, un sitio que está a la altura de cualquier otro sitio del mundo. Yo acabo de estar en París y en el Cristal comí como si estuviera en una reunión de ángeles y querubines —comelones, claro—, el chef Guy Martin nos dio una lección de cómo el rito de comer no ha decaído en este lugar. Bueno, saltando el famoso charco y llegando a México, puedo ir a Champs y al comer no sentiré la diferencia que hay entre París y México. De veras. Conste, Karla, que los de Champs Elysées no me invitaron a comer ni nada por el estilo. Esta es mi pequeña verdad y mi pequeña aportación para felicitar a los que hacen de su trabajo algo maravilloso. Sí, renovarse o sucumbir. Vale d

Abur.

 

ESCRITO POR Carlos Bracho

cbracho@saborearte.com.mx

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