Carlos Bracho
Carlos Bracho

Chère Karla:

Por mi ventana que da al bosque, o sea que mi ventana mira las copas de los árboles y el concierto de colores que provocan las estaciones, esa variedad que va del verde al amarillo y al rojo, hace de lo que veo un espectáculo bello. Además debo agregar el desfile de la aves que buscan asilo, reposo, alimento en las ramas y en la flores. Pasan en vuelo rasante los colibríes, después los gorriones y los cardenales; eso Karla, es otro festín para la vista. Bueno, esta vez, aparecieron en lo alto unas nubes negras que presagiaban la tormenta. Los truenos parecía que se originaban o caían en la azotea, tal era el estruendo. Eran los gritos de la naturaleza que nos advertía del próximo vendaval y que por lo tanto cualquier precaución que se tomara sería buena. Lo que yo hice fue prender la chimenea, el grato olor que despedían los leños me hacía entornar los ojos y pensar en los versos de Mallarmé. Abrí mi cava de vinos. Había de Argentina, de Chile, de México, de España y de Francia. Lancé el clásico: -“pin uno, pin dos, pin tres…-” y de todos modos no me decidía qué botella sería mi agasajo. Tomé una botella de la tierra de Borges, la miré, vi su color y su añada. La guardé. Tomé luego una de México, hice la misma operación. La botella que tomé de Chile me hacía ojitos, era una buena añada, pero la puse otra vez a reposar. Luego dos botellas de España llenaron mis ojos y mi vista. Pero no las abrí. Las acosté de nuevo en su lugar. Le tocaba el turno a Francia. Unos vinos de la región de Bordeaux, me hacían “cosquillas”, pero no me dejé seducir, pero seguí en la región de Pomerol y tomé un Chateau le Bon Pasteur, añada de 2010. Y al tocarlo, sentí que esa debería ser mi elección para servirme una copa, sentado en mi sillón preferido, y ver la lluvia desde la protección de mi estudio. No me hice del rogar. La abrí. Ah, qué olor, qué color. Bueno, va, de la Nez: te comento, Karla que se percibe algo de ciruela, de madera con notas de regaliz. Robe: es de un denso que provoca un gusto enorme, se puede ver que allí están el rubí y el granate. Bouche, va mi apreciación: es opulento y caluroso y… no sigo más.

Afuera escuchaba el ritmo violento de las gotas de agua. Los truenos hacían que las lámparas de mi estudio temblaran (aunque no sé si temblaban de envidia, pues no podían saborear el vino que yo tenía servido). Adentro, el rico calor y los pequeños ruidos de los leños al arder, hacían que ese momento sólo fuera para gozar el vino. Sí, un amigo me dice siempre: “El que no toma vino no es divino”. Bueno, yo no tengo nada de divino, pero sí tomo vino. Como ahora lo hago. Y chére Karla, te digo que este Chateau Le Bon Pasteur, tiene un 80 % de merlot y el resto es uva cabernet franc. Pero la aventura no termina allí. Me dije que no deberíamos ser egoístas. Le llamé mi amiga Françoise, justo su departamento queda junto al mío. Llegó, se quitó el impermeable, los dos besos franceses de rigor. Tomó asiento, le serví una copa y nos quedamos casi sin hablar mientras consumíamos este vino. Tarde/noche completa: un buen vino, una gran tormenta, una chimenea calentando el ambiente y una charla en la que compusimos lo destartalado que el mundo esta. Y ya no digo lo que Françoise y yo hicimos después. Me quedo con el recuerdo del vino. Esta vez le tocó a Francia. La próxima vez será otro país el que me aporte su vino y el que gozaré como esta vez lo hice.

¡Salud!

Carlos Bracho

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