En este tiempo de clausura nuestros fogones se apagan, los grandes chefs descansan y retomamos uno de los rostros menos tratados de la gastronomía. Hoy el lienzo es nuestra estufa y Giuseppe Arcimboldo nuestro cocinero estrella, así que sigamos estas líneas con detenimiento y rescatemos a la comida en la pintura. 

Seguramente las imágenes que acompañan mis palabras les resultan familiares, más de una ha estado expuesta en los museos populares de Ciudad de México, pero más allá de las notas curatoriales (esos pequeños recuadros que dicen el nombre de la obra, artista y la técnica con la que se hizo), no sabemos mucho de ellas. 

La obra de este brillante pintor italiano, más allá de ser un simple bodegón, es un ejemplo de lo antiguo que es el estudio de la estacionalidad de frutas y verduras. Antes de abordar los cuatro cuadros que nos competen, contemos la historia de nuestro invitado del pasado. 

Del vidrio nacieron los lienzos

Para ello nos remontaremos a la Italia del siglo XVI, justo en la transición del Renacimiento al Barroco. Las calles de Milán nos llevan hasta un taller de vidrieros, donde el joven Giuseppe ayudaba a su padre con mosaicos, vitrales y frescos para algunas iglesias lombardas. Aunque el gusto de trabajar el vidrio le duraría poco, pues a los 21 años encontraría su verdadera profesión al entrar al gremio de pintores, donde conocería el manierismo. Esta corriente fue mal percibida por mucho tiempo, ya que se centraba en dejarse llevar por los gustos y alterar la estética definida por los grandes maestros de la época. 

Dentro de los gustos del joven pintor, se encontraba la botánica, que junto a su talento con la pintura dio a luz a sus obras, retratos de mandatarios y personajes misteriosos, hechos con flores y frutos. Estas producciones fueron criticados en Italia pero bien recibidos en Austria, donde a la edad de 35 lo nombraron como pintor de la cámara, en la corte imperial de los Habsburgo.

Durante su vida en palacio sirvió a tres emperadores, Fernando I, Maximiliano II y Rodolfo II; bajo encargo realizó sus más famosos retratos botánicos y su arte recorrió toda Europa. Así llegamos a las pinturas que nos interesa conocer en esta ocasión y de las que sin lugar a dudas, será prácticamente imposible desentrañar todos sus misterios en una sola nota.

La fertilidad de la corte austriaca

Las cuatro estaciones, es una serie de pinturas encargadas por Maximiliano II y que se pintaron desde 1563 hasta 1573; en estos cuadros se presentan alegóricamente los cuatro principales periodos de la vida del ser humano. También se conoce que existen tres versiones de la autoría de Arcimboldo y encargadas por el mismo emperador.

La primera se encuentra en el Museo de Historia del Arte de Viena y era la que le pertenecía al emperador austriaco; de esta primera versión solo se conserva “Invierno” y “Verano”. La segunda fue un regalo para Augusto de Sajonia y actualmente reposa en el Museo de Louvre; la diferencia que presenta con la original es un enmarcado floral en cada uno de los retratos. Por último, se encuentra la que tuvo por destinatario a Felipe II de España, de la que solo sobrevive “Primavera” y que actualmente se encuentra en la Real Academia de San Fernando de Madrid.

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Antes de hablar de la parte botánica de cada cuadro es importante mencionar que la pintura solo era la primera parte de la obra, ya que se acompañaba de un poema de Giovanni Battista Fonteo, quien explicaba la alegoría de la vida plasmada en el lienzo. Por desgracia el poema no pudo ser encontrado para esta ocasión.

Una mirada a la pintura

En fin, descubriendo al primer cuadro encontramos la primavera, tiempo de posibilidades, de mantenerse expectantes al porvenir y la juventud de nuestro misterioso retratado. El arreglo que se presenta en este primer ser es plenamente floral, sin la presencia de alimentos, aunque las flores y hojas usadas son características de los meses en los que Perséfone (diosa griega de la primavera) libera todos sus encantos.

Pasan los meses y los frutos maduran y se hacen presentes duraznos, cerezas, ciruelas, peras, ajos, pepinos y espigas de trigo. La cosecha se hace presente, la fertilidad abunda y el desborde de sabores y vigor nos representa la adultez temprana del verano.

El tiempo vuela y la estación de los colores ocre nos muestra la fuerza de la plena adultez con un despliegue de uvas, peras, manzanas, cebollas, higos, castañas, calabazas, pimientos y setas. Sabores complejos, de climas más agrestes y con el anuncio del final del ciclo, abren paso al último de los cuadros.

El invierno golpea dejando ver la vejez, el tiempo de las restricciones y la decadencia de la vida, troncos secos, raíces rugosas, hojas secas y algunos cítricos anuncian la inminente partida. Al igual que el inicio, el desenlace es floral, aunque esta vez seco, frío y sin el encanto de los vibrantes colores.

Admirando a un olvidado

La complejidad de estas cuatro pinturas va más allá de la crudeza y realidad con la que se hace ver lo efímera que es la vida, pues es además reflejo de todo el conocimiento herbal de Arcimboldo, al marcar perfectamente los productos de cada temporada y que por fortuna, aún podemos distinguir en nuestros días.

Giuseppe Arcimboldo es un personaje que tiene su encanto y a pesar de haber sido olvidado por mucho tiempo, ha sido la inspiración de grandes personajes, como es el caso de Dalí. Al fin, este gran artista logró algo que pocos exponentes del arte alcanzaban en su tiempo, ser un visionario y saborear la fama en vida.

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