Las fiestas decembrinas tienen a grandes exponentes para ser recordadas, desde los salados como las piernas horneadas y los pavos, hasta los dulces como el fruit cake o el tronco navideño, mismo del que hablaremos en esta ocasión.

Comienza la historia

Todo empieza en los gélidos bosques de la antigua Britania y el norte de Europa, cuando los celtas aún recorrían la nieve a caballo y cubiertos de pieles. Un tiempo donde los asedios vikingos estaban a la orden del día y el culto a la tierra estaba presente.

Así es como durante el solsticio de invierno, el día con menos luz solar del año, se seleccionaba un tronco de roble de gran tamaño. Al caer el sol se prendía el leño, mismo que debía arder durante toda la noche para así garantizar luz en los días venideros y buenas cosechas.

Una vez consumida la noche y con los primeros rayos de luz matinal, las cenizas eran recolectadas y guardadas para después ser esparcidas en los cultivos, llenando de abundancia la tierra, buscando cosechas generosas y suministros suficientes para el siguiente año.

Nuevos paradigmas

Los años pasaron y el imperio de la cristiandad se apoderó de las tierras celtas, así como de algunas de sus tradiciones. El gran roble que ardía en el solsticio alumbrando el camino a días mejores, seguía en llamas, pero el motivo era diferente. El fuego se mantenía por cuatro largos días anunciando la llegada del salvador de la humanidad, el nacimiento de Cristo.

 Con la llegada del siglo XIX y la carencia de chimenea en los hogares, se optó por cambiar el tronco por ramas que serían decoradas y colocadas en el centro de la mesa, para representar la llama de la buena fortuna se usaron velas, hasta que Pierre de Lacam, chef e historiador francés, creó un postre que marcaría la historia culinaria como la conocemos.

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Surge el pastel

Los hornos franceses le dieron al mundo el Buche de Noel, hoy conocido como Tronco Navideño. Para no perder tanto el significado, este postre es decorado con elementos del bosque, una cubierta cremosa que asemeja la corteza del roble,  merengues que asemejan hongos que crecen en la corteza, perlas de azúcar, bayas, casas de jengibre, entre otros tantos elementos que retratan las fechas.

Sin contar los elementos decorativos, la composición de este icónico pastel es bastante simple, la base es un bizcocho genovés debido a su elasticidad. La mezcla de este biscuit involucra claras montadas, mismas que se deben de mantener con la mayor estabilidad posible para darle flexibilidad al producto horneado y así poder enrollarlo.

El otro componente es una crema de mantequilla, ya sea de café, chocolate o licor de naranja, cuyo sabor debe ser sutil ya que el pastel necesita una gran cantidad de la misma y podría ser hostigante. Esta se coloca sobre una de las caras del bizcocho antes de ser enrollado y luego por todo el exterior buscando dar un efecto de corteza, sobre el que irán los adornos.

El frío invierno nos deja escuchar en su viento los cantos de aquellos celtas rodeando el fuego del roble, sus tradiciones no han muerto del todo. Aquel tronco que ardía, ahora se hornea, el bosque lo decora y al igual que las tierras de antaño con las cenizas, nosotros lo consumimos esperando la prosperidad del año venidero.

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