Dejamos los jardines del palacio Hampton Court para retomar los pasos de Enrique VIII, uno de los reyes más grandes de la historia, literalmente, ya que llegó a pesar 180 kilos. Aunque claro, no siempre fue así, pues su afición por los deportes y la caza estaban muy presentes en su juventud.

Cuando pensamos en este monarca, sin lugar a dudas viene a nuestra cabeza lo que hemos visto en series, películas e incluso caricaturas, su mal humor, gran apetito y sus seis esposas. Por desgracia, lo que no se cuenta regularmente, era su amor por el arte, ser políglota y un gran deportista, al menos, antes de sufrir severas lesiones que lo marcarían de por vida.

Pero bueno, no estamos aquí para hablar de sus virtudes y defectos como gobernante, ya que como estaba prometido, hoy nos adentraremos a la cocina renacentista de los Tudor. Al calor de las antorchas y hogueras, el trabajo comienza a las cinco de la mañana, haciendo el pan que se comerá al día siguiente, ya que según los galenos, esto evitaba la acidez por su consumo.

Del bosque a la mesa

A la par del amasado, se preparaba el ligero desayuno del rey, ya que a diferencia de los demás nobles, Enrique VIII madrugaba todos los días para salir de cacería. Los alimentos responsables de brindarle suficiente energía eran: un bollo, fiambre frío y una jarra de cerveza. Debo aclarar que no mencionaremos el consumo de agua, ya que en esa época era mejor evitarla, a tal grado que los sirvientes de la corte tenían permitido consumir seis pintas de cerveza (casi tres litros y medio) al día, incluidos los menores.

Siguiendo nuestro camino llegamos a las lecherías, donde las doncellas se encargaban de elaborar la mantequilla y los quesos de palacio. Como buena corte, la opulencia en los adornos no podía faltar, haciendo que la mantequilla fuera colocada en moldes en forma de animales, para deleitar la vista antes que al paladar.

Una vez que el rey había regresado de su rutina diaria, los últimos ingredientes llegaban a la cocina, misma que competía contra el tiempo, para terminar la comida principal del día. Dicha ingesta se acostumbraba a las once de la mañana, ya fuera en el gran salón, o en una pequeña cámara anexa a los aposentos de Enrique VIII.

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Una vez puestos los manteles blancos, el personal que era seleccionado para atender el banquete juraba ante el rey, que ninguno de los alimentos contenía veneno. Cabe mencionar que gracias a las “prestaciones” que tenían los súbditos de Enrique VIII, la traición era prácticamente imposible y si se llegaba a conocer de algún plan en su contra, este era informado de inmediato.

Los inventos de cocina

Una vez sentados a la mesa la comida desfilaba por horas, a tal grado que el banquete tenía un intermedio para descansar. Lo primero que era servido era pan y vino, para después recibir cantidades estratosféricas de carne a las brasas. La exigencia de una buena preparación llevó a los cocineros a volverse inventores y desarrollar sistemas, para conseguir una cocción perfecta de la carne.

Pese a la gran variedad de cortes y animales que comía el rey, la mayoría se preparaba de la misma manera, en espetones giratorios. Al principio, estos eran rotados por perros amaestrados, que movían una banda mientras caminaban en su jaula, posteriormente fueron sustituidos por jóvenes que realizaban el trabajo de forma manual. Pero al final fue adoptado un sistema italiano de poleas y pesas, llamado girorostro, que permitía la cocción uniforme del alimento.

Dos de los platillos más importantes en la corte eran la lengua de ballena, que era reservada para comidas de estado y la recepción de diplomáticos. Así como el pavo real, que era preparado a usanzas de Carlomagno, siendo despellejado de atrás hacia adelante, para ser asado y después reenfundado en su piel, simulando vida al presentarse.

Todas las piezas de carne, al momento de ser servidas, eran porcionadas por un maestro trinchador, debido a que diferentes animales requerían diferentes técnicas para ser seccionados. Esta costumbre sigue siendo implementada por algunos restaurantes de carnes en la actualidad.

Aunque las preparaciones lo ameritaban, los vegetales no eran consumidos por el rey, ya que estos eran comida de pobres, aunque sí eran usados y se catalogaban en: plantas de raíz, legumbres, hierbas aromáticas y lechugas.

Bebiendo como rey

En el aspecto de la bebida se consumía una gran cantidad de cerveza y vinos medicinales, uno de los que se tiene registro es el hipocrás, cuya preparación es muy simple, a un buen vino de Burdeos se le agregaba; granos del paraíso (pimienta melengueta), pimienta larga y cubeba, para la digestión, canela para endulzar, cardamomo para las flatulencias, galanga y romero para el corazón y se dejaba reposar por 24 horas, para después ser filtrado por un colador llamado “Manga de Hipócrates”.

La segunda parte de la comida, era mucho más sencilla, constaba de unas cuantas variedades de empanadas, seguidas por los postres y sus extravagantes platos comestibles. Como ya lo había prometido la entrega pasada cerraremos esta nota, con la receta de uno de los postres favoritos de Enrique VIII. No sin antes mencionar, que en la siguiente entrega hablaremos de María I, la reina Tudor que inspiró al coctel bloodymary.

Maids of honour
  • 230 gr de Hojaldre
  • 110 gr de queso cottage 
  • 50 gr de azúcar morena
  • 2 huevos batidos
  • 2 cucharadas de crema
  • 1 cucharada de agua de rosas
  • 75 gr de almendra molida
  • 50 gr de fruta seca
  • Azúcar glass para decorar

Precalentar el horno a 220° C y engrasar una charola para muffins. Extender la masa y cortar en círculos que cubran el interior de los espacios del molde, refrigerar en lo que se prepara el relleno. 

En un tazón mezclar todos los ingredientes, hasta obtener un batido uniforme, rellenar las tartas y cubrir con una tapa de hojaldre. Hornear de 15-20 minutos, o hasta que estén dorados y firmes. Dejar enfriar y desmoldar, antes de adornar con azúcar glass.

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