Siendo aún bastante joven, Marchesi frecuentaba el movimiento artístico que hacía de Milán un centro de ideas que influyeron en su forma de cocinar. Es un apasionado de la pintura, el dibujo y la música, particularmente la ópera, además de ser un lector voraz. Estos elementos, en combinación con el trabajo riguroso y una enorme sensibilidad, han empujado a este cocinero a buscar siempre ser el mejor.

Su personalidad es la de un revolucionario, de un innovador nato. Fue el iniciador de la renovación de la cocina italiana —aunque el suyo es un estilo personal— que no sólo se centra en las formas y los contenidos, sino, y sobre todo, en la filosofía del acto de cocinar: entender y asumir esta profesión como un arte donde el placer de cada bocado se debe complementar y enriquecer “con los contenidos culturales que el que la prepara ofrece a la inteligencia del que la degusta”.

Esta búsqueda por el cambio es incesante; posee varios restaurantes, pero el que lleva su nombre es considerado un laboratorio gastronómico donde se conjuga la vanguardia con la tradición, donde se estudian permanentemente las posibilidades de los ingredientes y de los procedimientos de cocción. Un clásico en permanente evolución.

Marchesi fue el primer chef italiano que obtuvo las tres estrellas Michelin, sin embargo, quizá debido a su espíritu transgresor, en 2008 las abandonó: “Lo hice para dar un ejemplo y decirle a los jóvenes que la pasión por la cocina no puede ser objeto de un voto. Muchos de ellos se sacrifican sólo en términos de obtener un juicio. No es sano ni justo”.

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