CHÈRE KARLA:
Mi amiga María Cristina me citó para que yo estuviera puntual a las 2:30 pm. En su hacienda poblana que queda cerca de Atlixco, y en donde los volcanes se aprecian en toda su magnificencia. Teníamos que revisar a fondo algunos aspectos del libro que habla sobre la cocina francesa y la relación que la gastronomía mexicana tiene con ese país. Llegué puntual. En el jardín que mira los volcanes tenía dispuesta una mesa de centro y unos equipales hacían más cómodo el momento. El saludo de rigor fue un abrazo y un beso. María Cristina y yo somos amigos desde muchos años atrás y nuestras andanzas culinarias y el tabaco y el buen vino acercaron peligrosamente nuestras almas. Pero creo que es esta situación –el vino, la alta cocina, el buen tabaco, el café- la que nos permite a los humanos libres y de corazón andariego, tener estas amistades que crecen con los olores y los sabores de la cocina. Total. Yo le comenté que el libro va con cierta ventaja en el tiempo. Que trata sobre el buen comer, sobre los platillos que nos van a dejar satisfechos y que nuestro organismo, al recibir productos orgánicos y de gran calidad, el cuerpo “baila” de gusto.
Yo ponía un ojo al gato y otro al garabato, o sea que ella me hacía comentarios sobre algunos platillos franceses y yo miraba sus hombros, su cuello, sus ojos, que los de ella parecen dos capulines. Y claro, me “regañó” por no poner atención plena a su charla. A lo que yo le contesté que sí, que sí ponía atención, pero que también me llamaba el latido de mi corazón y por lo tanto yo la “devoraba” con mis ojos, que eso no era ningún pecado capital. Ella sonrío y me mostró sus dientes blancos, también apetecibles para besar su boca. Total que tuve que calmar mis ansias de novillero y deleitarme con el banquete que ella había preparado y todo en honor a la tierra de Pellicer, Tabasco. Y para envidia de nuestras lectoras insumisas, hago la lista: bueno, al yo llegar me recibió con un Pozol (bebida fría a base de cacao y de maíz) y que en Tabasco los comensales normalmente, por el calor, no le ponen azúcar y tiene así un rico sabor amargo. Y luego, de primer platillo unos tamalitos de chipilín; había en la mesa una ensalada de Pejelagarto, y para chuparse los dedos. “Devorados” que fueron los tamalitos de chipilín, nos hacían ojitos unas calabacitas con camarón, y en un plato que gritaba que lo comiéramos, estaban unos camarones en salsa de chipilín. Aquí la bebida que nos acompañó en el deleite tabasqueño fue una agua fresca de matalí que se prepara con una yerba, (matalí), sus hojas son de un verde claro y con unas “listas” de color morado que le da ese color a la bebida. Y también, para hacer del rito un evento fantástico, había en otro platón unas Hicotea (tortuga) en adobo. Y el acabose, la abundancia y el refino estaban en otros platillos que lucían como flores de primavera, eran los infaltables postres: un pay de guanábana, dulce de coco con leche y tortas de castaña. -María Cristina-, exclamé gozoso al contemplar aquellos manjares dignos de un jeque millonario, -de todo voy a comer y cuando terminemos te voy a abrazar, te voy a besar, te voy a invitar a bailar por los jardines de tu mansión y te diré al oído los versos de junio de Carlos Pellicer. Y además, como esta no va a ser la última vez que yo venga a tus lares, la siguiente vez, te lo pido de rodillas, harás los honores a una cocina que tú conoces muy bien, la cocina poblana.
Total, cuando terminamos aquellos manjares, nos fuimos caminando por entre los árboles y por entre los arbustos que le dan un sobrio estilo a su hacienda… Allí, en esa andanza jardinera, se nos olvidó lo que había que comentar sobre mi libro de comida, porque, bueno, no digo más… Y bien, Karla, como vez, la comida mexicana es grande, es vasta, y cada estado de la república tiene sus maravillas. María Cristina, que no me quiere gobernar, me hizo viajar a la luna con el banquete tabasqueño.