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Ayomole: de la milpa a la cazuela

Angel Venegas
Angel Venegas
Gastrónomo y periodista gastronómico apasionado por la fotografía, historia y comida. Mantiene conexión con la cocina para preservar su sazón y comparte su pasión con otros. Dispuesto a ofrecer datos curiosos, referencias históricas y rarezas de la vida.

Noviembre es uno de esos meses en los que la fiesta aparenta tomar un respiro, aunque no es así en todos lados. En Guerrero, las cocinas son las encargadas de llevar la celebración al resto de la casa, con un buen plato de ayomole.

Como buen vocablo mexicano (o al menos como la mayoría) proviene de la conjunción de dos palabras en náhuatl, ayotli, calabaza y mulli, mole. Conociendo estas dos palabras y jugando al diccionario, llegamos a la conclusión que hablamos de un mole de calabaza.

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Este platillo es otro de tantos que ejemplifica el manejo de los productos de temporada, ya que el ingrediente principal es la calabaza de Castilla, muy típica de estos meses, aunque en otras presentaciones. Los usos más populares de esta hija de la milpa son en tacha o dulce y como decoración tanto en ofrendas, como base para las lámparas de calabaza.

En fin, no nos desviemos del tema y regresemos con los demás elementos que dan forma a esta preparación guerrerense. Encontramos tomate verde, chile guajillo y epazote, elementos característicos de la milpa mexicana y que ha permitido a otras regiones adoptar esta preparación, como es el caso de Puebla, aunque en esta región se elabora con calabacitas tiernas y comino.

Hablando de regiones, el poblado que defiende a capa y espada que esta tradición culinaria es Chilapa, donde se sigue recreando el ayomole de una manera casi artesanal, desde el cultivo de los ingredientes, hasta el procesamiento de los mismos para hacerlos llegar a la mesa.

Como es el caso de la mayoría de las preparaciones que se categorizan como moles, la preparación requiere de un largo periodo, en algunos es por la cantidad de pasos y en otros por la cocción para obtener la consistencia adecuada. Hablando del ayomole entra en el segundo caso, pues se necesita que la calabaza esté tan cocida que se desbarate para formar el líquido espeso que identifica al mole.

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Si la espera no es impedimento para intentar esta receta, el procedimiento consiste en la cocción de la calabaza, sin la cáscara, moler el tomate junto con el chile, previamente remojado en agua caliente. Una vez que los ingredientes se encuentran en la olla se deja cocer hasta que la calabaza se deshaga y funcione como espesante del mole.

Ya que se tiene lista la preparación hay dos maneras muy tradicionales para acompañarla, la primera es con cecina y la segunda para los más aventureros, y como se puede encontrar en Chilapa, con jumiles vivos. En cualquiera de estas formas el plato se corona con unas gotas de limón agrio, resaltando sabores y adicionando este toque de acidez que nos ha llegado a representar como mexicanos.

Ya con el mole servido continuamos la fiesta que pensábamos pausada, demostrando que el mexicano lleva la celebración en la sangre y que no importa lo que pase, siempre hay algo por lo que disfrutar del momento, y que si hay festejo, hay mole de por medio.

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